ORANGE SANDALWOOD

ORANGE SANDALWOOD

10/05/2013

BULLYING, o EL ANGEL VENGADOR





“¡Es ese, papá, ese alto que está intentando arrancar la rama del arbolito!” En el gesto del niño hay como una sublevación, un grito de revuelta. Está visiblemente excitado. Con su papá al lado, ya no necesita su miedo para nada. Y eso sabe bien, para variar...

El papá contempla la escena, a la entrada del colegio. Los niños juegan en el patio de acceso, a la espera de la llegada de la profesora.

“¿Estás seguro, Manuel? A ver si vamos a meter la pata…”, le pregunta el papá a su hijo. Insiste sólo por tranquilidad de conciencia, porque sabe que su hijo no se equivoca. Su propio instinto le dice que sí, que ese es el niñato que buscan... El azote de los arbolitos, el rufián. Rizos rubios, ojos azules, un prodigio de fotogenia. Con un aire de semihombre ya estampado en su estar de once años, una cinematográfica pose de desafío dibujada en el rostro perfecto.


“¡Claro que estoy seguro, papá!”. Y es verdad… ¿Cómo podría no estar seguro? “Ese es el jefe. Los otros de allá hacen lo que él manda”, explica Manuel.

“Vaya”, piensa el papá. “El guapín, el que se mete con los más pequeños”. Siente su sangre comenzando a borbotar. Fuego lento.


El angelito nazi, el niñato de mierda, ya tronchó la rama, y ahora la retuerce en un ejercicio sistemático de paciencia, sin sombra de rabia ni forcejeo. Como un cirujano que extirpase el miembro corrupto de un cuerpo que juzga todavía redimible. Como un paciente y metódico inquisidor, le enseña al arbolito quién es el jefe, quién decide sobre el derecho de existencia de los otros. En su arte de exterminio, hace del arbolito un símbolo de su poder.


Nadie más se atrevería a arrancarle las ramas a un árbol, dentro del colegio, pero él sí. Al mismo tiempo, mira de reojo a sus acólitos, para asegurarse de que nadie se pierde el momento en el que su autoridad de machito alfa es sutilmente reforzada. Aunque el esfuerzo es notable, el niñato dosifica sus movimientos para proyectar una imagen de fuerza y control. “Para mutilar no es necesario despeinarse”, parece decir su lema.


El papá reprime el instinto de salvar el arbolito de la mutilación, de cortar la escena inmediatamente, por la raíz, de detener al salvaje con una reprimenda al uso antiguo. Observa la ropa de marca del terrorista. Las zapatillas nada más deben costar la mitad de su propio sueldo. En sus adentros siente surgir el ángel flamígero, el vengador, el que restituye el orden de las cosas. Pero no se abandona a la ira. No quiere perder la razón, que sabe de su parte.


“Pero ¿quién es el que te bajó los pantalones, por atrás?, le vuelve a preguntar al hijo. “¿Fue éste, el jefe, o fue uno de los otros de allá?”


Otea el papá desde el extremo opuesto del patio. Alcanza a ver a los proto-sicarios del jefe, jugando a las canicas, aprendiendo unos de otros los entresijos de la dominación, disputando hombrías.

“¡Fue el jefe, papá, y los otros miraban y se reían, y las niñas también vieron todo, y también se reían!”, dice Manuel, azorado. Las lágrimas aparecen en sus ojos, pero se quedan allí, esperando lo que esta mañana habrá de traer. Su padre es todo para él en este momento.


El papá oye, y su mente empieza a dar vueltas. El ángel flamígero crece dentro de él, le usurpa su cuerpo, bañando su ser en un metálico deseo de venganza.

“¡…Él es el que se quedó con mi saco de canicas, y el que me dio un cabezazo en la barriga el día que vomité luego, y el que…”.


El niño sigue con una retahíla infinita de agravios, pero el papá ya ha dejado de oír. En su mente, el ángel vengador ya sólo acierta a ver una mancha roja que crece, que le va desfalcando de su papel de papá, que le va calando todo su ser.


“Quédate aquí, Manuel. Voy a hablar con él, ¿vale? ¡Tú tranki, tronko!”, papá sonríe y despeina a su hijo con un gesto mil veces repetido, que el niño adora. El padre avanza los escasos metros hasta el arbolito en el momento exacto en que el verdugo amputa la rama, se vuelve hacia sus seguidores, y la ostenta en lo alto como un trofeo. Sus cuatrerillos, que lo contemplan fijamente desde la distancia, agitan los brazos en señal de apoyo a la causa arboricida, y le gritan consignas que afianzan al emperadorzuelo en su cúpula de poder.


El papá toca suavemente el hombro del niñato que, entretenido con los festejos de sus tropas, no lo vio avanzar hacia sí. El niño se vuelve, con un gesto de impunidad y desafío estampado en su rostro perfecto. El papá casi siente la fuerza dominadora del niño, pero pronto recupera su papel.


“¡Hola, majete! ¡Vaya rama fantástica te has agenciado! Eres un tipo duro, ¿eh?”, saluda cordial, con una sonrisa amplia y, aparentemente, sincera. A cualquiera le parecería que a seguir le va a regalar un caramelo.


“¿Qué es lo que quieres, si se puede saber?”, el jefecillo le tutea con un aire desconfiado, sin volverse completamente para responder. Intenta darle a entender al hombre que le está haciendo perder su tiempo.


“Ah, ¿prefieres que nos tuteemos? Vale, hombre, muy bien, favor que me haces…". El hombre rodea al niño y lo enfrenta, agachándose para ponerse a su altura. "Mira, me dice mi hijo que en las últimas semanas te has divertido bastante con él … ¿Es verdad eso?”, dice el padre sin dejar de sonreír, al tiempo que apunta hacia su hijo con el dedo. Su hijo mira expectante hacia ellos sin llegar a escuchar la conversación, a unos diez metros del cercenado arbolito.

“¿Con quién dices?”, responde el niño, cada vez mas huraño e impaciente, mientras sigue el dedo del hombre, y acaba por enfocar a Manuel. “Ah, sí, ese ... a veces le dejamos jugar con nosotros, aunque sea más pequeño. ¿Es tu hijo?” El niñato improvisa bien sus patrañas. Abusón, cobarde y mentiroso. Buen curriculum, sí señor. Obviamente, el chico piensa que su aplomo le va a sacar de esta situación como ya le sacó de otras.


“Mira, niño idiota”, dice el papá de Manuel con una sonrisa y una calma que producen el primer escalofrío en el espinazo del podador de arbolitos. La gente normal no dice “idiota” mientras sonríe. Esto es diferente, terra incognita para el príncipe de los abusadores.

“Ya hablé con tu profesora, y con el director de la escuela, pero quería que te enterases directamente por mí”, miente el papá, empezando a disfrutar de la situación. El gesto del niño se viste de alarma.


“Abusar de los más pequeños es una cosa muy fea, ¿sabes? Es muy posible que te echen de esta escuela, porque ya saben que eres un ladrón de canicas. También les conté lo del cabezazo, que hizo vomitar a mi hijo, y también eso tan gracioso, cuando le bajaste los pantalones delante de toda la escuela”.



El niño escucha al hombre sin poder evitar una cierta descompostura en su rostro, normalmente tan equilibrado. Su palidez es casi total, ahora. Y la altivez de su postura de cabecilla se ha desinflado como un globito rosa.


“Ah, me olvidaba… Tus padres ya han sido informados, también, y créeme, están que trinan. Ellos pensaban que tenían un angelito rubio, pero resulta que al final su hijo no pasa de un mierdas cobarde, que sólo se atreve a meterse con niños un palmo más bajos…”


La mirada del niño revela cálculos interiores. El abusoncito parece estar pensando en la que le espera… Poniéndose en lo mejor, alcanza a ver meses de broncas interminables, prohibiciones severas, y confiscación inmediata de varios imponentes regalos recientes de sus rumbosos papás. El corazón le da un vuelco. El mundo se le echa encima. Pero el ángel anunciador ha venido a anunciar, y tiene que llegar al final de su mensaje.


“¿Ya oíste hablar del infierno? Pues mira, resulta que al final existe de verdad, ¿sabes? Me lo ha dicho un amigo mío que sabe todo sobre eso, y conoce bien a toda la gente que está allí. Y me ha dicho que tienen un lugar especial, lleno con gente como tú, rufianes de poca monta. Así que te recomiendo MUCHO cuidado. Tal vez si cambias ya, te puedas librar de ello, aunque después de lo que has hecho, garantías ya no te va a dar nadie”. El papá habla despacio, sin abandonar nunca su tono bajo y conciliador, que contrasta con el contenido de su discurso.


El niño ya no puede estar más blanco. Y el ángel vengador puede ver sus lágrimas asomando. “Ahora las cosas comienzan a volver a su equilibrio”, piensa, mirando a dos niños jugando en el sube-baja.


“Pero ¿sabes una cosa, niñato?”, el papá habla ahora más lentamente que nunca. “Puede ser que tus padres y el director de la escuela decidan no decirte nada, fingir que no se han enterado, y observarte a ver cómo te comportas. Yo si fuese tú me callaba bien calladito, y empezaba a portarme MUY bien, si es que te acuerdas de lo que es eso”, dice el ángel poniendo un dedo en su boca y mirando fijamente en los ojos del niño, que le mira absorto y desmayado, asintiendo mecánicamente. La rama arrancada se le cae de la mano.


“Ya termino, cielo. Sólo quiero que entiendas bien una cosa: toda la eternidad en el infierno va a parecer unas vacaciones de lujo, comparado con lo que yo te voy a hacer a ti, si me entero de que te has vuelto a meter con mi hijo Manuel, ¿sabes? Tú o cualquiera de esos chiquilicuatres a lo que llamas tus amigos. Apenas una mala mirada, y te aseguro que vas a sufrir como nunca pensaste que era posible sufrir”. Despliega en abanico su mejor sonrisa el Ángel Vengador, luego se da la vuelta, y ya transformado en papá común, se vuelve, caminando hacia su hijo.


Los acólitos, curiosos en la distancia sobre esta conversación que ya se alarga, venían caminando hacia su líder. En momentos como estos, toda solidaridad es poca, y cualquier jefe tiene un día malo.


El ángel se vuelve una última vez, con un aire de quien se olvidó de algo, y le grita al niño, a media distancia. “Ah, oye, y que no se te olvide devolver las canicas, por favor, ¿vale, majo?” Ahora el tono es completamente amigable. “Mañana, sin falta”. El tono continúa amigable, pero la cara del hombre se vuelve abruptamente tan seria como la de un demonio negro. El niño se estremece, y dice que sí varias veces con la cabeza, como si hubiese visto al mismísimo Belcebú. Temblando, se apoya en el arbolito que le ayuda a evitar una humillación más definitiva. No es un arbolito vengativo, afortunadamente para él.


El ángel flamígero ya dijo todo lo que quería. Rubrica su mensaje con la mejor de sus sonrisas, volviendo hacia su hijo, que le espera ansioso de noticias. Los niños llegan cerca de su caudillito a tiempo de ver una mancha de orina tiñendo sus pantalones. Se miran desorientados. Algunos salivan por la nueva plaza de machito alfa.



“¿Qué le has dicho, papá?”.


“Nada especial, hijo. En el fondo, ese niño es un cobarde… ¿Para qué asustarlo más? Tú tranquilo, que estoy seguro que ese no te molesta más. Y si te molesta, tú me lo dices, y ya está”.


El papá abraza a su hijo del alma, besándolo y deseándole un día maravilloso de escuela.




ROGANDO A LA PRIMAVERA





“¿Pero cómo hemos podido envejecer tanto?”

Esta frase aparece en su mente, como un neón, y sin embargo el pensamiento no lleva en las alas ni una sombra de angustia. Nada más que una callada toma de conciencia, no totalmente desnuda de humor. Lentamente, el hombre dirige la mirada a su izquierda, la cabeza rotando en su eje oxidado como un planeta cansado.


Contempla al hombre con quien comparte el banco del parque. No necesita girar su cabeza completamente, apenas lo necesario para confirmar que su amigo está junto a él. No tiene la certeza de haber pronunciado la frase en voz alta, pero sabe que ese hombre a su lado le entiende de todos modos. Hasta sería capaz de pensar lo mismo que él en ese momento exacto. Así de próximos se sienten. No hablan mucho entre ellos, ni lo necesitan. Le basta sentirle la presencia al lado.


No tienen reloj porque no tienen tiempo. Sus espíritus vaguean por los árboles, caminos y fuentes como compadres mudos. Son dos bolsas de plástico arremolinadas por un viento amigo. Así proyectándose en el ancho espacio de la mente, van conociendo una libertad cuya existencia ignoraban.


El parque les protege y les envuelve. No se escuchan los ruidos de la ciudad, y eso ayuda al hombre en sus contemplaciones. El primer sol de la tarde calienta su corazón y le induce un manso letargo. A los ojos de cualquier paseante, podría no parecer más que un viejo que espera la muerte en una somnolencia vegetal. Sin embargo, esa quietud es apenas aparente. En un sigilo total, una corriente sutil de eventos ocupa el teatro de su alma. El hombre siente impetuosamente en estos días. A veces, se da cuenta de que siente como nunca antes sintiera en su larga vida. Hasta lo más insignificante es ahora registrado por sus sentidos fuera del remolino del tiempo.


Este sol templado, por ejemplo. El calor es ahora, “tan ahora”, piensa, y su mente se desliza un poco de lado. El deslizar convierte en eterno ese ahora, como si el calor ya no estuviese ligado a una fuente concreta, a un tiempo definido... “Si hubiese sabido esto antes…”, su mente articula sin remordimiento, antes de conectarse de nuevo al sentimiento de lo eterno. “Fuera del tiempo, no hay límite a lo que podemos sentir”. Y así la muerte le parece tan distante en el horizonte como siempre estuvo. Es así. Cuando matas el tiempo, cruzas los portones de lo eterno. Suena simple, y lo es. Es por eso que tardamos tanto tiempo en comprender: pasamos la vida esperando que todas las respuestas sean complicadas, y si no lo son, no las juzgamos válidas.







A veces, su mente es el teatro de relámpagos repentinos. Otras, piensa tal como un pastor que fuese coleccionando sus versos mientras camina. Su cerebro descansa largos períodos, durante los cuales siente todo. Intensamente. Su sentir es interior, emocionado, suyo. Y sin embargo, posee tal luminiscencia, tal claridad reveladora, que casi le abruma como una certeza que intuye universal. Dentro de sí, alberga jocosamente la idea de declararse apóstol, de pregonar a los vientos este evangelio de simplicidades, para que otros puedan aprovecharlo. “Un equilibrio tan perfecto”, piensa, sintiéndose microscópico y agradecido. Pero si lo hiciese, si se encarnase en el profeta de su propio sentir, sus “verdades” sonarían arcanas, y sería tomado por loco o alunado.


Así, lucidamente reprime el impulso de compartir los frutos nuevos de su alma vieja. Esboza una sonrisa sutilísima, y se la auto-dedica con un poquito de ironía. Sabe que su amigo camina por sendas similares, y por eso le ofrece una mirada tierna y comprensiva, que el otro recibe con un semblante apaciguado. “Más que suficiente”.


Entonces, súbitamente, algo aparece en su mente, como si alguien lo hubiese plantado sin aviso ni permiso en su deshilachado cerebro. Con frecuencia, estos retazos súbitos de pensamiento le llevan a una sensación inquietante y enajenada. “¿Soy yo? ¿Me estoy volviendo majareta? ¿Me desintegro? ¿Por qué pienso pensamientos tan… no míos… tan ajenos?”


Cada vez es más frecuente. Ese jardinero que no es él plantó en su espíritu perlas como ésta: “Sólo poseo verdaderamente aquello que ya perdí”. El hombre se delecta con su pensamiento, mientras el sentido le cala todas las rendijas de su ser. Nunca antes el hombre pensó nada remotamente parecido. Y sin embargo, suena tan cierto…


Lejos de sentirse angustiado, el hombre permanece sereno mientras va considerando estos sucesos. Sonríe otra vez. Parece que finalmente está dominando el arte de no tomarse demasiado en serio. Siente amor por sí mismo y por todas las personas y cosas que le rodean. Ese mismo amor le sirve para amar todo. La vida, piensa, está llena de callejones sin salida, así que, ¿para qué molestarse tanto? Todo lo que ya le confundió y lo angustió en el pasado es visto ahora con una lucidez infinita. Y no es que todas las piezas encajen ahora, perfectamente. Más bien es la conciencia de que las piezas no tienen que encajar. Las cosas suceden, simplemente. El hombre junta sus manos y las ahueca, y allí forma un refugio seguro para ese pequeño caos en que ahora va aprendiendo a reconocer el mundo.


Años atrás, el hombre tenía Memoria. Ahora es diferente. Apenas posee algunas memorias. Aquello a lo que llamó “pasado” ha ido perdiendo muchos de sus sentidos. El pasado es como un paisaje lunar devastado, un universo de fragmentos. Algunos de esos pedazos son como vidrios lacerantes, otros son cristales que reflejan las más bellas luces. Sin embargo, en vez de sentirse privado de su Historia, el hombre va coleccionando sus historias, mientras duran. Si su pasado se está disolviendo, al menos su presente crece como una flor silvestre. El Presente es para él más emoción que memoria. Se siente feliz de poder sentir tanto aún, en esta ancianidad que todo fragmenta y envilece. Acodado en sus ventanas de Presente, siente que nada más puede desear.

El hombre contempla el mundo cambiante que le circunda. La luz primera de la tarde arranca destellos de la tela que la araña fue hilando entre su banco y el arbusto cercano. Observa a la dueña esperando su presa, agazapada. En un relámpago, el tiempo vuelve a parar, y el hombre siente el orden inefable de las cosas, el insignificante y universal drama del predador y su presa, bajo la luz serena de este invierno terminal. Puede contemplar y comprender toda esa lógica natural, expuesta a su mirada: las ramas desnudas, los primeros capullos rosáceos como heraldos de la nueva estación... Y todo eso es mucho más que la repetida observación de hechos conocidos, esperados. El hombre es oyente emocionado de todo este diálogo sobrenatural que le rodea y que atraviesa su alma. La naturaleza, la vida, no son ya descripción, sino puro sentimiento.
La tarde comienza a enfriarse, pero el calor eterno que ha recibido le hace sentirse renovado. La gratitud reverbera a través de su espíritu radiante. Volviéndose hacia su amigo, su mano alcanza la cara del otro hombre, que se vuelve hacia él. Sus ojos minúsculos se fijan en el amigo con un afecto desmayado, pero su mano ejecuta delicadamente lo que parece ser una caricia deliberada. Los dedos se deslizan por cada arruga, leen los destinos dibujados en el rostro de su amigo, tal vez ya cumplidos y olvidados.

Este ritual marca el fin de la jornada. Ambos se levantan y se preparan para regresar al tiempo. Por eso en las horas siguientes irán muriendo un poquito más. Mañana, si el clima lo permite, acudirán a su banco del parque para matar de nuevo al tiempo, para rogar en silencio a la primavera la dádiva de una célere llegada, que les consienta todavía una última ocasión de florecer.






Sándalo Naranja




BIENAVENTURADOS LOS QUE SE PARTEN DE RISA




El hombre, después de conectar y probar los micros y el iMac, coloca dos botellitas de agua con sus vasos en la mesita, se sienta en su silla y, con puntualidad franciscana, enciende la tele y el vídeo con el comando a las nueve en punto. Todavía está en pijama.


-¡Corre, Magda, que está empezando ya! – grita él desde la sala, mientras inicia la grabación del programa.


-¡Ay, Hisopo, qué prisas, leche, siempre igual! Anda, empieza tú si es necesario…


La retransmisión está comenzando. Con un fondo de música sacra, varias imágenes en sucesión muestran grupos de fieles ya estacionados en la Plaza de S. Pedro, y otros llegando en ordenadas y obedientes oleadas. Filas de devotos se decantan a raudales, como buen vino eucarístico, por los ejes radiales de esta plaza, que les acoge y protege como una madre. Por todo lado se ven pancartas, banderas polacas y fotografías alusivas al futuro beato. Aparentemente, esta beatífica cruzada no difiere mucho de las imágenes de simples forofos que fuesen llegando al estadio, o de fans que idolatran a su grupo de rock preferido.







La mujer sale deprisa de la ducha y viene enfundada en su bata de baño, secándose la preciosa melena roja con una toalla, y mirando de reojo la tele mientras se posiciona.


-Ya lo has puesto a grabar, ¿no?


-Claro, mujer, date prisa… Y anda, ciérrate bien la bata, que me distraes con tanta hermosura, ay – suspira Hisopo, mirándola con una mezcla de castidad fingida y genuina glotonería.


- Tonto. Zalamero. A ver, un poco de seriedad y respeto por las formas, hombre de dios. Venga, quítale el volumen a la tele y comenzamos – dice, cerrándose bien la bata con el cinturón, no sin antes ofrecer a Hisopo una generosísima vista general de su recién duchada desnudez. Predicando con el ejemplo, vamos.


Miríadas de devotísimos turistas, numerosas delegaciones sudamericanas, africanas, asiáticas... Autoridades eclesiásticas de todo el orbe católico, obispos y cardenales, y también mucho curilla estudiante. Todos los colores y todos los idiomas, y una bonita convivencia, en fin. Como una Nueva Babel, pero sin malentendidos, ni nadie que desentone. Todo bien católico, que según parece, quiere decir eso mismo: Universal. Como el futbol.






Algunas monjas caminan con paso ligero, mal pueden ocultar su excitación. También muchos jóvenes, tras una ecuménica noche en vela para defender su lugar en la plaza, entonan sus juveniles cánticos de gloria y esperanza, acompañados de guitarras. Sus voces delatan las pocas horas de sueño de las últimas noches, vividas en casta armonía juvenil. O puede ser, simplemente, que canten así de mal. Se ven mujeres solas, en actitud de recogida oración, cuyos primeros planos las cámaras captan y proyectan para todo el urbi et orbe cristiano. Sin saberlo, esas mujeres sirven como pías estampas propagandísticas de una santidad humilde y cotidiana que penetra eficientemente en el imaginario colectivo de una catolicidad tan necesitada de buenos ejemplos. Es el Pueblo de Dios, y Dios que lo vea.


Lo de siempre, vamos.


Ambos se aclaran la voz. Es un simple ritual que la pareja repite desde hace años delante del televisor. Cada semana, seleccionan entre los dos algunos programas, y después los ven sin sonido, improvisando simultáneamente los comentarios de los locutores.

Magda e Hisopo son gente del teatro, una pareja versátil. Igual te comentan una misa de gallo que un programa rosa. Las bodas reales son sus eventos preferidos, claro, por el juego que dan. Pero tampoco le hacen un feo a doblar las ruedas de prensa de los entrenadores de futbol. Les encanta hacer el programa “La Fe de los Hombres”, realizado por la Junta Episcopal, con el dinero de todos los contribuyentes, sin discriminación de credo, pues faltaba más.

Lo que la pareja hace es reírse, y bien, de la caja tonta, de la vida, del lenguaje, de las noticias, de los curas, del poder. Y sobre todo, de ellos mismos. Quién nos diera que todos hiciésemos lo mismo, reír queremos decir, mejor nos iría.


A ver, la cosa funciona de esta forma: Magda e Hisopo graban la imagen de la tele, y después la montan en el iMac con sus propios comentarios (o sea, el audio pirata). A seguir, envían el resultado a sus amigos, lo que origina chanzas y cachondeos varios que se extienden durante semanas, en las redes sociales, y hasta generan reinterpretaciones de otras parejas aficionadas al género.


Así de simple, pero la verdad es que resulta: ellos mantienen afiladas sus dotes improvisadoras, al tiempo que se divierten de lo lindo. Lo normal es que se escachiflen de la risa a media grabación del programa, oyendo sus propios comentarios. La regla de oro es no parar. Los momentos más apreciados por sus amigos, empero, son aquellos en que ninguno de los dos habla, y todo lo que se oye como fondo de las imágenes son las risas de ambos, luchando por ganar la compostura para poder continuar.


El espectáculo comienza.


Él (Comentarista A, Hisopo): Buenos días a todos desde TELEGOD, su canal público, cuya programación va una vez más al encuentro de las preocupaciones y del verdadero sentir de los ciudadanos. Y sabemos, porque nos lo dicen todas nuestras encuestas, que los ciudadanos de este país son católicos en su abrumadora mayoría, y vean bien que las mayorías para serlo tienen que abrumar, si no es trampa y no vale. Y si todavía queda algún ciudadano que no lo es, católico queremos decir, pues que se chinche, con perdón, y haga por rezar, que seguro que buena falta le hace.


Perdonen ustedes, divagaba… Lo cierto es que lo que hoy traemos hasta sus casas va a ser un evento tan emotivo, que es capaz de dejar a más de un incrédulo atragantado con su rancio agnosticismo… ya saben que en TELEGOD, todos los caminos vienen a dar a Roma…


(Pequeña pausa para agua. Continúa Hisopo, aclarándose la voz).


Es impresionante el ambiente que se vive aquí en la Plaza de S. Pedro, señores televidentes, en esta maravillosa mañana de Mayo, en la que vamos a retransmitir la Sagrada Beatificación de Sifilio VI, el anterior pontífice… Maria Magdalena…


(Magda mal contiene la risa repentina que le produce la invención del nombre de Sifilio VI, pero se rehace con gran profesionalismo, y no falla su entrada, con voz entusiasmada).


Ella (Comentarista B, Maria Magdalena): Sí, Hisopo, y buenos días señoras y señores televidentes… Es verdaderamente contagioso el ambiente que podemos sentir irradiando desde este santo y Vaticano lugar, donde hoy se dan cita más de un millón de personas, unidas por el amor profundo a… Sifilio VI, quien - sin menosprecio del actual Vicario de Jesús en Roma - supo ser artífice de una bien necesitada renovación en el aparato eclesial, congregando en torno a su figura una renovada imagen de la cristiandad y…


Hisopo: … y ahora que hablas de esa imagen, Maria Magdalena, permíteme que te interrumpa para llamar la atención de nuestros televidentes para la espectacular perspectiva aérea de esta colosal Plaza. Ofrecida por un grupo de cuatro helicópteros que continuamente sobrevuela este fenomenal evento, bien se podría decir que esta imagen móvil que ahora ustedes contemplan, es algo así como el ojo de Dios, si me permiten el símil teo-oftalmológico… Maria Magdalena…


(Durante el parlamento de Hisopo, Magda se ha ido contoneando sensualmente por la sala, formando con los dedos un triángulo sobre su roja melena, y sin dejar de mirar con cierta lascivia teatral a su compañero de retransmisión. Sus cabellos de miel, todavía mojados, y esos movimientos provocativos, la convierten en la locutora más deseada desde que “doblaron” Emmanuelle II. El pobre Hisopo bebe agua para calmarse un poco).


Maria Magdalena: … Efectivamente, es de hecho una imagen radiante, Hisopo, que convoca todo el sentido simbólico que encierra un día como el de hoy, en el que todo el Rebaño de Dios, aquí en presencia, así como en casa junto a la televisión, en católica y romana unidad, se agolpa entre estas columnatas del Maestro Bernini para rendir un emotivo homenaje a Sifilio VI, este hombre que entregó toda su vida en su incansable misión de apostolado. No en vano los fieles de todo el mundo lo apodaron cariñosamente “Sifilio number 13”… Hisopo…


(Magda sigue con sus contoneos, remedando los movimientos de una stripper, en cuanto deja a su compañero la iniciativa de la retransmisión).


Hisopo: Sí, Maria Magdalena…Y de hecho desde aquí podemos ver muchos jóvenes, y no tan jóvenes, vistiendo desenfadada y orgullosamente la camiseta con la efigie de Sifilio y el 13 a la espalda, testimoniando el papel de Sifilio VI como el decimotercero de los apóstoles. La Plaza de S. Pedro es una fiesta, señores…y TELEGOD está aquí para llevársela hasta sus hogares…


(Hisopo se esfuerza por no perder nada del impío espectáculo de Magda, y al mismo tiempo mantener un mínimo de concentración en la imagen televisiva. Su temperatura sube y desabrocha un botón de la parte superior de su pijama).


Maria Magdalena: Sí, Hisopo… Decíamos que, si bien es cierto que, a ras de suelo, podemos observar las innúmeras manifestaciones personales de cariño y fervor que el anterior padre de los católicos, Sifilio VI, supo despertar durante su perseverante peregrinación en esta tierra, es precisamente en estas imágenes cenitales (la voz se imposta con solemnidad) donde todo el significado y pujanza de la catolicidad pueden ser comprendidos en un solo golpe de vista…


(Mientras dibuja en el aire sus metáforas, Magda se tira al suelo, encarnando brevemente el papel de una sumisa esclava sexual. Utiliza el micro de forma incitante mientras habla las cosas más serias. Para empeorar la situación, la seguridad del cierre de su bata comienza a mostrar, ay, algunas brechas. Hisopo se empieza a morir de risa un poco, la verdad es que esta Magdita lo vuelve loco).


Hisopo: Tus palabras son un envoltorio, me atrevo a decir que perfecto para esta magnífica imagen, Maria Magdalena…


Maria Magdalena: …Sí, Hisopo, gracias… En realidad el mérito es todo de la magnífica realización de nuestros compañeros italianos, que pone de manifiesto toda la cuidada simbología de esta gran celebración: por un lado la epifanía del hombre común, erguido orgulloso y consolado en su finito horizonte temporal, gracias a su fé, y por otro lado esta otra dimensión eterna, representada en las prodigiosas vistas aéreas de la Basílica y su área envolvente, en las que cada individuo es forzado a recordar su insignificancia ante la imponencia de esta arquitectura y ante la magnificencia y ubicuidad de la Presencia Divina…


(Piensa Hisopo, sintiendo el comienzo de una protuberante erección dentro de su pijama: “Para simbologías, el Obelisco central de la plaza, ese que algunos paganos tildan de fálico”. Magda ha empezado a rozar lúbricamente su cuerpo precariamente vestido en la espalda de Hisopo, que se recompone como puede, se vuelve, admira a Magda semidesnuda, aspira el perfume de sus cabellos y, decidido, agarra su micrófono).


Hisopo: … Bueno, bueno, Maria Magdalena, corta ya con eso… A mí tanto helicóptero volando bajo me está poniendo un proverbial dolor de bocha, eso ya por no hablar de la que se iba a armar aquí si, en el medio de tanta cabriola aérea, se chocan dos de ellos y se precipitan aquí abajo encima del rebaño. Se iba a armar, propiamente hablando, la de Dios. Digo yo que podían tener más cuidado los de la curia…


Maria Magdalena: Jajaja, Hisopo, qué cosas tienes… Ni el Armageddon, hombre de Dios...


Hisopo: Sí, ya sólo les falta poner La Valquiria de Wagner a todo meter, y soltar unas rafaguitas de metralla para parecer la escena del napalm, en Apocalyse Now! Mira que asiáticos aquí no faltan... Igual quitan al viejete ese de la mitra y ponen a Marlon Brando…


(Hisopo, excitadísimo, se dispone a abandonar la grabación, y se va derechito para ella, pero Magda, con la bata de baño ya completamente abierta, le finta y continúa).


Maria Magdalena: … Atención señores, porque todos los ojos están ahora vueltos para la comitiva que avanza por la avenida, transportando al actual Pontífice Cilicio XVI, quien, en un sencillo gesto, ha querido prescindir del papamobile para sentirse más cerca del rebaño que con tanto acierto pastorea. El novio de la Iglesia avanza lentamente sobre un solemne coche negro, descapotable, flanqueado por no menos de ocho fornidos y rubicundos muchachos, elegidos entre los que no dudarían en interponerse entre el faro de la cristiandad y cualquier agresor malvado que decidiese hacer algo malo. Es una imagen que recuerda, en su campechana simplicidad, la entrada de Jesús en Jerusalén, sin ir más lejos. La muchedumbre aplaude fervorosamente. Cilicio parece un poco desencajado por el esfuerzo de portar la cruz en alto, aunque bien pudiera ser un efecto de la gracia divina, que le confiere un aire de serenidad extática fuera del alcance del común de los mortales… Magnífica la visión del Obelisco desde esta perspectiva, ¿no te parece, Hisopo?


(Magda alude ciertamente a la imagen televisiva, pero juega con la presencia de la erección de su compañero, antes apenas anunciada, pero ya una realidad difícil de ocultar en estos momentos. Magda la acaricia cariñosamente por fuera del pijama).



Hisopo: … Magnífica, sí, María Magdalena…Tal vez fantasea Cilicio, quien sabe, con ese ansiado momento futuro en que las gracias que hoy irán a recaer en su predecesor Sifilio se depositen finalmente sobre él, asegurándole una posteridad en el calendario santoral. En fin, quizá la gente se olvide de esos malintencionados rumores que le atribuyen una militancia en las juventudes nazis, así como alegados intentos de enterrar las evidencias de las prácticas pedófilas de sus compañeros de Iglesia… Mentiras burdas… Se lo dicen sus amigos de TELEGOD, que otra cosa no, pero a bien informados no nos gana nadie…


(Hisopo ya yace en el sofá, cual cordero próximo al sacrificio propiciatorio. La incorregiblemente lasciva Magda está haciendo todo lo posible por romperle la serenidad con la lentitud más exasperante, y no es que a él le desagrade lo más mínimo. La bata de baño fue abandonada hace rato en el suelo, así que, bueno, dejamos la escena para la imaginación del lector).


Hisopo: El automóvil pasa ahora junto al Obelisco… y frente a la tribuna presidencial… donde los dignatarios de la República Italiana… aplauden al paso del santo padre…







(Magda va desnudando lentamente a su hombre, como puede, en el sofá, aunque sin nunca descuidar sus labores informativas).


Maria Magdalena: En el centro de la tribuna figura Silvio Corleoni, Presidente de la República, quien en las últimas semanas ha sido centro de las atenciones por la acusación de perversión de menores que recae sobre él, entre otras setenta y pico de denuncias. Don Silvio se hace acompañar de una atractiva muchacha de formas turgentes y aspecto más bien pubescente. Muy mona, la verdad, si bien que no faltará quien pueda poner faltas a la decencia del atuendo que escogió para esta solemne ocasión. El ruido de los flashes se oye desde la Fontana di Trevi, y no parece que sea por el Papa, no…


(Se podrá pensar que cómo se puede hablar de decencia en el atuendo quien impúdicamente retransmite un evento de esta importancia vestida como Eva, pero aún sin el beneficio de la hoja de parra; pero es que Magda tiene una ética muy relajada para estos asuntos, e Hisopo, para qué negarlo, la adora así).


Hisopo: Ahí voy precisamente, Maria Magdalena, ahí voy…Y es que algunas se piensan que pueden, ostentando un escote más abierto o una falda más corta, impresionar al pastor de la Iglesia … ¿Pero es que no se dan cuenta de lo que no haya visto este hombre no lo ha visto nadie?


(La última frase de Hisopo sorprende a la Magdalena, que estalla en risas descontroladas. Hisopo aprovecha para acabar de (des)vestirse como Adán y abrazarla).


Maria Magdalena: La comitiva llega finalmente a la zona del altar, desde donde se celebrará el ritual de Beatificación de Sifilio VI. El coro de niños comienza a cantar.


(Música coral, imaginada, cantada por voces angelicales. Algunos primeros planos captan niños en concentrada actividad canora, imbuidos de una seriedad que sus cortas edades parecen querer negar).


Maria Magdalena: En fin, cada cual a lo suyo. La ceremonia de Beatificación… está a punto de comenzar. Vean como el incienso… purificador asciende para los cielos… en una bella metáfora… de lo que es la… oración… de los hombres... con Dios…


(En este punto, los ruidos provocados por la sensual liza de los locutores se sobreponen a los comentarios, y las palabras suenan entrecortadas entre los desvergonzados jadeos. Hisopo todavía acierta a ofrecer una salida airosa y coherente, lo que sorprende si nos atenemos a las operaciones que en estos momentos su linda compañera realiza en su sexo).


Hisopo: Sí, María Magdalena. La ceremonia está comenzando, y nosotros, con un respeto profundo, nos vamos a retirar dejándoles con la sola compañía de la palabra sagrada, que no necesita comentarios cuando es oída con espíritu puro. Estén atentos, que igual Cilicio dice algo en español, y se pueden enterar de algo, aunque no es probable. Buenos días, y desde aquí les emplazamos para la santificación del cardenal Berlusconccio, el próximo domingo a la misma hora si Dios quiere, y querrá, en TELEGOD.


(Ruidos de vasos que se caen, risas, golpes de micrófonos, finalmente desconectándose).


Los amigos protestaron airadamente después de ver el video montado:


“Jo, tíos… ¿por qué no dejasteis los micrófonos conectados hasta el final? ¡Tendría mucha más gracia…divina!”.
















Sándalo Naranja

DE ESTE LADO DE LA HIERBA




-¡Quite la cabeza de ahí, hombre! ¿Pero es que no se da cuenta, leche?

No está de más la admonición, visto que el tipo tiene su cabeza en medio de la vía del tren, a la salida de un túnel.

-¡Déjeme tranquilo, ostia ya! – grita el suicida, con tanta paciencia para los consejos ajenos como tiene para la vida – ¿Se cree que uno pone aquí la cabeza sin darse cuenta? ¡Hay que joderse!

- Oiga, oiga, no se me encabrite, que a mí, plín, si le pasa el Intercity por encima de esa cabezota de usted…

-Eso, pues váyase, por favor, y déjeme concluir lo que he comenzado.

- Qué teatral. Yo le preguntaba que si no se daba usted cuenta de que hoy hay huelga de maquinistas.

El señor se incorpora de su improvisado cadalso ferroviario, y se encara con su salvadora, con aire de quien ya no tiene fuerza para luchar contra nada.

-¿Huelga? ¡No me joda! ¡No puede ser! Pero si había visto el horario y todo, y era el que venía de Alicante para Albacete…

-Mi hijo es maquinista… Créame, estoy bien informada… Hay huelga, hoy y mañana.

- Mierda...

- Ya ve… Las cosas raramente salen como las pensamos. ¿No se ha dado cuenta que cuanto más grandilocuentes nos ponemos, más proclives somos a que la vida nos deje en ridículo?

- Pues sí, ahora que lo dice usted… eso no me es ajeno, no…

- Va a tener que pensar en otro método… Quizá menos dependiente de la creciente contestación social. ¿Le apetece sentarse conmigo, ahí junto al río, y vamos charlando mientras merendamos?

La mujer apunta a lo lejos, a unos doscientos metros, donde dejó su libro y su cesta de la merienda.

- Muchas gracias, es usted muy amable. No puedo decir que tenga nada muy urgente que hacer, excepto reincidir, así que acepto. Por hoy, me voy a dar un descanso. No me creerá, pero esto de suicidarse siempre le pone a uno un poco de los nervios.

- Me imagino, sí. Bien pensado. Perdóneme usted el humor negro, pero es que me estoy acordando de un chiste que tiene todo que ver con esta situación… Aunque tal vez le parezca inadecuado…

- Venga, cuente, que falta me hace reírme…

- Tiene razón. Bueno, pues ahí va… Iba un tipo por el campo, cuando ve un señor como usted, con la cabeza plantada en la vía del tren. El caminante le pregunta. “Pero hombre de dios, que hace usted ahí”, y el otro responde: “Ya ve, mi mujer me ha dejado”, a lo cual el primero contesta: “¡Pues ya le podía haber dejado en otro sitio, esa mala pécora!”.

Ambos se ríen con ganas. El suicida es que se parte en dos, vamos, se tira al suelo, se retuerce. Celebran su alegría una y otra vez, en arcadas convulsas de vida. Repiten a retazos, entre convulsiones, los parlamentos del chiste, lagrimeando. La mujer no le deja atrás. Ambos, es seguro, recordarán este momento para siempre.

-Ay… En verdad, se nota que le hacían falta unas risas a usted…

-Anda que usted no se queda corta...

Los dos continúan hacia la zona del río, donde se sientan en un mantel de picnic. Todavía se les oye reír, cansados. La mujer saca de su cesto un sándwich y un zumo fresco, que ofrece al hombre. En el momento en que ambos le meten el diente a sus meriendas, ven el Intercity de Albacete, saliendo del túnel de estampida, como un rebaño de bisontes. Imparable.

La masticación se detiene, los corazones se paran, hasta el río se detiene. El hombre tiene conciencia de que el tren, a su paso, se lleva un destino incumplido de sangre y huesos triturados.

Al hombre le da la risa floja. En un repentino flash, se imagina la escena sin la intervención de su benefactora.

- Qué bien miente usted. No sé si agradecerle más la mentira o este delicioso jamón de york, que me está sabiendo a gloria bendita. Su hijo es tan maquinista como yo profesor de literatura comparada, ¿no?

-La verdad es que sí que lo es, en realidad. Por eso se me ocurrió lo de la huelga, ya ve. Considéreme su angelesa de la guardia. Y favor que me hace con el sándwich, que yo no necesito tantas calorías.

- De nada. Si todo en la vida fuese tan fácil… Ande cuénteme otro de esos chistes que se sabe. Si es tan bueno como el de antes, hasta soy capaz de olvidarme del asunto del suicidio. Igual me mata usted de la risa, que siempre es más agradable. Y si le parece nos tuteamos.

- Pues claro. Estaba deseando. Y en cuanto a chistes se me viene a las mientes el de las siglas EAD. ¿Sabe de qué son?

- Pues así de repente, no caigo…

- Es de la Asociación de Disléxicos de España.

Vuelven a reír como locos. La mujer no sabe uno, sino muchos, y el hombre no le va a la zaga. El río les envuelve con su mansa frescura. La risa y el sol de la media tarde les calientan los corazones. La vida parece bonita. Todos los días son buenos, piensa la mujer, si todavía estamos de este lado de la hierba.




Sándalo Naranja

IKEBANA, o MUELTE ACCIDENTAL DE UNA JALDINELA



"Mile señola, yo placticando mi tai-chi no le hago mal a nadie, antes por el contlalio, así que déjeme tlanquilo o búsquese otla quelella, pelo a mí déjeme en paz, se lo luego", así lo suelta, sin quedarle otra, el monje budista, sin perder la com-postura.

"Ya, muy bonito el taichí y todo lo que quiera, pero me está arruinando el parterre, leche", y la jardinera erre que erre con el parterre, tírale al chino, rómpele los nervios al calvorota, que tipa jodida.

"Desde luego palece obvio que con usted no vale la pena intental-lo pol las buenas". El chino, que no es chino, sino tibetano, hace un esfuerzo por no enervarse, como le enseña su doctrina budista. Pero que esta señora es difícil, es difícil.

"Mire, señor chino o como quiera que se llame, a usted igual le daba hacer la postura esa que parece de perro haciendo pis dos metros más allá, y no me estropeaba mis flores, ¿no le parece?", la jardinera insiste, guerra al japo, muerde y no suelta, doberman contra pekinés.

El monje baraja varias posibilidades. Si cede y acepta cambiar de posición, pierde su alineamiento con el sol, y el feng shui del momento, así como la armonía universal se le escacharran completamente. Por otro lado, fácilmente podría abrir la caja de Pandora y reducir a la jardinera insolente con un cocktail de artes marciales. Finalmente, piensa en su maestro en el templo tibetano, y busca su consejo e inspiración en la distancia.

"Mile señola. Agladezca que haya mantenido mi plovelbial selenidad, polque si no a esta hola usted estalía yaciendo dololida soble su estúpido paltel-le, posiblemente más flactulada que la Falla de San Andlés".

"Ya, ya, mucho rollo con el respeto a los seres vivos, y la energía universal y tararí, pero en situaciones como estas se os ve el pelo a todos los chinitos", dice la jardinera, obviamente iniciando una escalada de tensión diplomática que ya no tiene vuelta atrás.

"A vel, señola, la glacia de que se me vea el pelo se la paso", dice el sabio de calva no menos proverbial, "pelo como me vuelva a llamal chino, le asegulo que no le dejo un hueso sano. Soy tibetano, ¿ya oyó hablal del Tibet, flolela de pacotilla?"

La jardinera, funcionaria de intelecto más bien primario, se hace consciente de haber abierto una brecha en su provocación al tocar finalmente un punto sensible del maestro oriental. Así, no se le ocurre nada mejor que hurgar en la herida: 

"¡Ande, ande, pero si son todos iguales, leñe, para mí, todos chinos!".

Huelga decir, fueron sus últimas palabras, y no particularmente edificantes. Y es que personas así le rompen los huevos perdón le hacen perder la selenidad hasta a un monje budista, o díganme ustedes si no es veldad.

Sándalo Nalanja


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