ORANGE SANDALWOOD

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4/04/2013

ASAMBLEA AL DENTE






“Bienvenidos a todos, apreciados compañeros y consejeros. Declaro abierta la III Asamblea Anual de la Agrupación Filarmonico-Recreativa La Pentatónica (AFRLP). Quiero anunciar que los nuevos miembros de nuestro Consejo de Administración y el nuevo programador artístico no pudieron estar presentes todavía, pero la reunión está siendo transmitida por teleconferencia para Atlanta, Georgia, USA”. 

Habló el Presidente y miembro fundador, Fulgencio Flügelhorn, tocador de fliscorno, y también dueño de unas capacidades musicales edificadas sobre una ausencia total y absoluta de talento artístico. 

Todos se reúnen en torno a una mesa oval, enorme. Este nuevo y lujoso espacio ostenta un design moderno y eficiente, que recuerda al de un consejo ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, o afín. En las paredes y del techo cuelgan varias pinturas y esculturas, representando extrañas figuras que combinan un ambiente religioso o místico con un cierto surrealismo. En todos aparecen diversas versiones de una especie de figura suspensa, magrittiana, que se asemeja, vean bien, a dos albóndigas pinchadas con un tenedor, unidas con unas cintas que bien podrían ser espagueti.





“Como sin duda recibieron en la convocatoria, en el orden del día tenemos algunos temas que conviene tratar con cierta celeridad…”

“… Sí, mejor, antes de que ocurra una desgracia peor…”, irrumpe Mrs. Mirna Cramps, oboísta decana, aunque nada egregia, de la AFRLP, quitándose dramáticamente las gafas oscuras. “Ya es la tercera vez que al timbalero McMallet se le escapa una baqueta en el final del Príncipe Igor, y adivinen a dónde va a parar siempre… Este tipo parece que apunta para mí adrede”. La oboísta señala su ojo con la mano, y el moratón es obvio. “Estoy de las Danzas Polovtsianas hasta los mismísimos ovarios. Mis vecinos se deben pensar que mi marido me da de hostias. ¿No puede alguien atarle las baquetas a las manos con un alambrito a ese virtuoso del timbal, leches?”

“Qué paciencia hay que tener… Mire, señora”, le replica el aludido McMallet. “Ya le expliqué que tengo un problema de exceso de sudoración manual, que a veces provoca que se me resbalen las cosas… Ya le pedí disculpas, ¿qué más quiere?” Añade “vieja zorra, la próxima vez te acierto en el otro ojo”, pero en sotto voce, de forma que apenas es oído por el resto de la sección de percusión, que asiente solidariamente, con admirable sentido corporativo. El timbalero escocés, que sufre también de una miopía inclemente, envía una mirada de odio hacia el lugar de donde proviene la voz de Miss Cramp. “Ya pedí a la tesorería que me subvencionase una crema especial antitranspirante para las manos, fabricada en Nueva Zelanda, pero, como ya es costumbre, ni se dignaron a contestarme. Para otras cosas sí que hay dinero…”.

“… Sí, hombre, para cremitas gratis estamos… entonces a mí que me paguen también la vaselina, no te fastidia…”, se mofa para los vecinos Anselmo Briones, el argentinísimo ayudante del concertino, de ademán cadencioso y cabellos primorosamente encenagados en brillantina. Anselmo se levanta un poco de su silla, y remeda estilizadamente con su dedo índice el cotidiano gesto de untarse su trasero con crema lubricante.

Miss Cramps, molesta por la conversación entrecruzada que le roba protagonismo a su reclamación, se levanta de la silla, y vuelve a interpelar con dedo alzado al timbalero de sus pesadillas: “Le aviso ya, McMallet: como vuelva usted a acertarme con la baqueta, le juro que le introduzco mi instrumento, y con mucha pena mía, créame, porque quedará inservible, por el mismísimo orificio del…”

“¡Señores, por favor!” Flügelhorn, ducho en estas lides, ataja este primer conato de reyerta, y empieza a sudar copiosamente él mismo, ante la perspectiva de tener que pacificar a sus huestes una vez más. “Jesús bendito, ya estamos así, y esto apenas comenzó…”, piensa abatido. A veces se pregunta Flügelhorn a quién se le ocurrió que ‘filarmónica’ era una buena denominación para esta asociación. ‘Filobélica’ tal vez, pero ¿’filarmónica’ ?
“Estamos aquí para discutir e intentar dar solución a nuestros problemas, pero les ruego que expongan sus asuntos sin perder la elevación y el decoro que debemos al alto nombre que nuestra querida institución encarna y merec…”

“…Bueno, bueno… Yo puedo admitir, eso sí, que el relieve algo escarpado del oboe no hace de él un objeto particularmente apropiado para este tipo de utilización; lo que no veo por qué la acción de introducir o introducirse objetos por el trasero tiene necesariamente que ser connotada con falta de elevación y decoro, siempre y cuando la actividad sea llevada a cabo dentro de un contexto privado, de respeto y, parti-CULAR-mente, de previo consenso de todas las partes”, argumenta, y bien, la arpista Guillermina Waterlily, colocando un retintín en las sílabas “cu-lar” para que nadie se pierda la gracia. Guillermina es bastante libertina, y no hace nada por ocultarlo. La arpista representa el ala más radical y disolvente de la AFRLP, y es conocida por sus actitudes provocativas y por un gusto nada disimulado por la música atonal. Si le aguantan su pose excéntrica es porque toca el arpa como los mismísimos ángeles, si no de qué.

“Francamente, corríjanme si me equivoco, pero creo que no estamos aquí para discutir los aspectos éticos de la sodomización en contextos de fetichismo y punición”. Ahora fue el trompista suizo, Hans Floppenmaier, cuyos bigotes superlativos y cuerpo musculado son frecuentemente objeto de deseo no confesado entre varias damas de la orquesta. Las cuales, por cierto, se apresuran a comunicar a Hans su acuerdo con sonrisas, pestañeos, saluditos de mano a distancia y coqueteos varios.

“Pues ya que empezaron las quejas, a ver si alguien le dice al segundo clarinete si puede afinar un poco mejor… Me está volviendo loca”. Quien se lamenta es Gloria Hapen, violoncelista quasimódica, de tronco añoso y retorcido. La delgadez de Miss Hapen (o misshapen, como algunos la llaman en tono de burla) podría describirse como dolorosamente limítrofe con la anorexia aguda.

El bueno de Pavel, no se inmuta ante la acusación pública y consecuente escarnio, y responde sonriendo: “Señora Hapen, yo afinar ya intento… Pero comprenda, llevo 30 años soportando toda la trompetería del juicio final soplando desde atrás, directamente en mis pabellones auriculares, y eso deja marcas, quieras que no. Hasta padezco insomnio agudo, oiga. Cuando el silencio es total, por la noche, yo no dejo de oír todas las trompetas que derribaron los muros de Jericó tocando aquí dentro de mi pobre cabecita. Por lo menos ahí son considerados y ponen la sordina, afortunadamente, si no ya me hubiera vuelto majareta. Así que comprenda usted, por favor, que la afinación sea la última de mis preocupaciones en esta fase de mi vida”. Miss Hapen escucha el discurso con cara de no poder creerse lo que está oyendo.

Flügelhorn suda y no para de sudar. Intenta mantener la paz, llevando la conversación por otros derroteros.

“Bien. Como saben, queridos miembros, durante los dos últimos años nuestra asociación ha venido a crecer mucho, por efecto de las acertadas y oportunísimas inversiones que un grupo de mecenas anónimos realizó durante los últimos años en algunos países de economías emergentes. Recuerdo a los consejeros que inicialmente, esas inversiones tuvieron como consecuencia la compra de varios instrumentos y otros equipamientos necesarios para nuestra actividad. En una segunda fase, la generosísima contribución de nuestros mecenas permitió la contratación de varios instrumentistas internacionales de primera línea, gracias a los cuales La Pentatónica ha podido dar el salto definitivo hacia la profesionalidad, abrazando repertorios hasta ahora inaccesibles para nosotros. Como resultado de ese crecimiento, aquella asociación local y, me atrevo a decir, familiar, que era La Pentatónica en sus inicios, ha experimentado, ciertamente, algunos cambios, me atrevo a decir que todos para mejor…”

“¡Algunos cambios, dice…!”. La portavoz del grupo de violines segundos, Andrea Loopings, alza su dedo y cuestiona desafiante: “Aquí están pasando cosas bien raras, Flügel. Nada nos agradaría más que ser informados con la mayor transparencia sobre la exacta procedencia y naturaleza de esas inversiones”. El pedido de Loopings es secundado por una ola general de aprobación.

“Bueno, bien, como ya dije en su día, este grupo de benefactores prefirió ofrecer su generosa ayuda tras una humilde cortina de discreción, gesto que, en mi opinión, ennoblece doblemente su loable acción…”, Flügelhorn intenta esquivar la situación como puede. Piensa en los mecenas en Atlanta, asistiendo a distancia a este espectáculo. Intenta anticipar lo que estarán pensando de esta insurrección.

“Sí, Flügel, lo que tú quieras… Fue bueno cuando empezó a entrar dinero para comprar instrumentos, pero admite que ahora esta historia del altar en medio del auditorio es muy fuerte… Ya ni cabemos en el escenario, por amor de dios, y ya no podemos quedarnos a estudiar los domingos porque los tipos tienen esas celebraciones raras”. Ahora es el primer flauta quien habla. “Antes teníamos los salones y el auditorio para nosotros, pero ahora esto está siempre lleno con los del tabernáculo ese”.

“Eso para no hablar de esos cuadritos y esculturas que han colgado por todos lados. Hasta dan escalofríos…”, reporta Nelson Meistersinger, corno inglés. Corno inglés es su instrumento, Nelson es brasileño.

“Ni me hables, qué tipos tarados, parece que les han lavado el cerebro con Persil”, redunda Guillermina Waterlily. “¿Y era necesario tapar casi nuestro cartel de La Pentatónica con ese neón del Tabernáculo de los Pastafaristas de los Últimos Días?”

Flügel está cercado. Comienza a entender que él solito no podrá detener el maelström que se ha liado en su querida orquesta. Y además no para de sudar. “Señores, les recuerdo que estas personas de quienes están hablando con tanta ligereza a) nos están escuchando en directo por teleconferencia, desde Atlanta, y b) son los artífices del resurgir de nuestra asociación, con sus generosas contribuc…”

“… Cuidadito que esos locos cualquier día nos montan aquí un suicidio colectivo de esos, y ya la hemos liado”, interrumpe sin contemplaciones Winston Naranjo, el trombonista venezolano, más notado por su abominable tolerancia a las guindillas más salvajes del Caribe que por la melosidad del sonido de su trombón.

Loopings vuelve a la carga. “A ver señores, especular y hacer chistecitos no va a resolver nada. Yo he estado haciendo un poco de investigación en Google, así que les puedo contar lo que el ínclito Flügel está tratando de ocultarnos desde el principio… ¡Esto es muy serio, señores!”

Flügel qué puede hacer ya. Mira para la mesa y se deja vencer por la marea que avanza, por el motín que se le viene. Mierda.

“Pues miren que estos pastafaristas defienden nada menos que esto: el verdadero creador del mundo es, y paso a citar, el Monstruo del Espagueti Volador, MONESVOL, y proclaman haber sido tocados por su apéndice tallarinesco, como lo oyen y sin cambiar una coma. A mí personalmente, esta gente me parece un pelín metafreak, y no me deja muy tranquila tener que cruzarme con ellos todos los días, la verdad. No les digo más que los tipos dicen que el tal MONESVOL tiene la forma de dos albóndigas rodeadas de varios espaguetis, y se quedan místicamente tan frescos”.

“Creo que deberíamos tener más respeto por los credos de otras personas, que son tan respetables como los nuestros”, interrumpe Kevin Moses, trombonista de Utah. Nadie sabe nada de nada de la vida privada de este rubio y rubicundo muchacho, aunque ya se le ha visto charlar animadamente con varios miembros del tabernáculo, y enfrascado en la lectura de coloridos panfletos, durante los intervalos de los ensayos.




“Anda y cállate, Moisés - mira que es raro este tío…! Yo diría que ya te has hecho socio del tabernáculo de la frikipasta, Kevincito”, ataca y acusa Franz Doppleganger, que toca tan bien el violín como la viola, o sea, bastante mal ambos. “Lo que deberíamos hacer es llamar ya a la policía, antes de que esos locos nos ahoguen en salsa boloñesa, o nos estrangulen con tallarines reforzados sin gluten”. La asamblea irrumpe en estentóreas carcajadas. Kevincito traga saliva y desvía la mirada.
“¡Ya estamos otra vez con los chistes…! ¡Dejen terminar a quien por lo menos tuvo la preocupación de hacer los deberes!” Loopings retoma la lidia política. “Parece que el tal monstruo tiene un nombre, pero resulta que es tan hermoso e impronunciable que fulmina no sólo a quien lo pronuncie, sino a todo el que esté en un radio de 6,0534 Km. Vean la exactitud, esta gente no calcula a ojo, no. ¡Ah! Y si alguien intenta escribir o mecanografiar el nombre, ese radio se duplica, así que nadie se pase de listo, ¿eh?”

“Mira, Loopings, no te hagas tú ahora la graciosa, a ver si la vamos a liar y ese dios se enfada con nosotros… Y además con la de instrumentos que compramos con su dinero… A mí me da igual que adoren albóndigas si siguen soltando guita…”. Las voces se suceden. Todos quieren opinar y la sala es ahora una especie de cacosinfonía para 80 voces histéricamente contrapunteadas. La Pentatónica se ha convertido en una nueva Torre de Babel, o en el sueño de André Breton, ustedes escojan, amables lectores.
Loopings intenta continuar, elevando su voz, pero el cacareo en simultáneo de los asistentes envuelve sus palabras, que ya nadie escucha con atención: “El símbolo principal del es una cruz con un tenedor en el centro. Representan el Génesis por un dibujo con el MONESVOL, una montaña, cuatro árboles y un enano... Hagan silencio, por favor…”




Flügelhorn aprovecha el desorden total para desconectar la teleconferencia, y se escabulle de la sala. Estas reuniones, decididamente, no le sientan nada bien a su psique. Sale del tabernáculo, cruza la calle y se sienta en un banco del jardín próximo. Él solo trató de conseguir lo mejor para La Pentatónica, y así le pagan esos desgraciados. Allí sentado, en íntimo concilio consigo mismo, toma la decisión de presentar su dimisión irrevocable como Presidente de La Pentatónica. “Que esos ácratas del infierno se organicen como quieran”, piensa. “Yo, finalmente, voy a poder dedicarme a mi gran pasión, el fliscorno”. Se seca el sudor, sintiéndose liberado de una pesada carga. Allí decide quedarse un rato, sintiendo la brisa fresquita en la frente, y gozando con la perspectiva de su nueva libertad.

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