Decididamente, es preciosa. Ni la imagen
distorsionada de la mirilla puede desvirtuar la excelente consideración que
Ricardo tiene por el físico de su vecinita. Así la contempla, desde la
impunidad de su espacio, y lo que ve es una mujer intensa y bella, agitada
interiormente, diríase que atormentada por una obscura inquietud. Decide que
ese conocimiento puede suponerle una ventaja en el diálogo que se avecina con
su vecina, y abre de par en par, y simultáneamente, la puerta y su boca, en la
más obsequiosa de sus sonrisas.
-Hola, ¿qué tal? – pregunta, solícito, su
cara la viva imagen de la agradable sorpresa, su actitud la triple S, el
paradigma de la perfecta vecindad: Simpatía, Solidaridad, Solicitud.
En contraste, atisba en el ademán tenso de ella
que esta situación no es de las que se resuelven con un convencional
sacacorchos, un limón o una tacita de sal. Este es un caso que va a reclamar el
más alto nivel de excelencia vecinal.
–Me prometí que hoy venía a hablar contigo, que de
hoy no pasaba - de tan nerviosita, la muchacha ni saluda, ni se presenta. Es
como si ya conociese al hombre de otra existencia.
–Y cumpliste. De hoy no pasó… ¿y tú, quieres
pasar? – Ricardo juega con las palabras, le salen así, no lo puede evitar. A la
angustia de la muchacha, él opone el vértigo de la sonrisa y el juego.
–Si tienes tiempo, sí, por favor – suplica ella,
bellísima también en la rogativa.
Ricardo tiene tiempo. Y si no lo tuviese, lo
fabricaba. Tener a su vecina así, sentadita en su sofá, no es lo mismo que
tenerla en sus sueños, o andar mirando de revuelo su breve falda en los azogues
del ascensor, fingiendo un aire ausente. La mira ahora penetrantemente, sin
tiempo. Aunque está en ascuas, dosifica su curiosidad y paladea la situación.
En particular, saborea de frente una hermosura que normalmente se escabulle
precozmente a su mirada, a la salida del portal, o en el final deshilachado de
un sueño.
–Verás, primero decirte que no estoy
loca ¿eh? – se excusa ella prematuramente.
“¿Pero es que ya
nadie sabe usar el infinitivo en este país? ¿Quién fue el imbécil que
empezó esta moda? ¿Algún famosillo, tal vez?”, piensa Ricardo. Le revienta que la gente hable
mal, pero ha decidido que a su vecina le perdonará todo.
–Lejos de mí pensar eso. Lo que quiero es que me
digas si quieres té o café, y otra cosa: necesito imperiosamente saber cómo te
llamas antes de continuar esta conversación.
Ella sonríe, parece relajarse un poquitín. El
chico es tan simpático al natural como parece ser en los sueños.
–Marga. Lo que tú tomes, da igual. Y lo de Marga
ya lo sabías, ¿o no?
“Vaya… Marga. Igualito que en los sueños.
Joder. Y ella sabe que lo sé. Marga”. Ricardo se petrifica un poco, pero disimula:
–Marga, qué bonito. Encantado. Vale, espérame un
segundito que ya vengo con los cafeses.
Ponte cómoda.
Ricardo puede no conocer a Marga más allá de
algunas fugaces coincidencias en el ascensor, pero sabe cosas de ella. Resulta
que los dormitorios de ambos están separados por una pared ridículamente fina…
Cosas de la especulación inmobiliaria. El caso es que la dulce Marguita habla
en sueños, como tanta gente. La chica susurra, comanda o grita, como una amante
impetuosa consumida en ígnea y atlética fruición. Así, Ricardo ha formado en
los últimos meses una idea bastante completa de la vida onírica de la muchacha,
particularmente en lo tocante a sus preferencias en materia sexual. En suma,
puede decirse que Ricardo, ya bastante ducho en encuentros del más variado
cariz, nunca se había topado con nadie tan frescamente desvergonzado y
desinhibido como su vecina Marguita.
Solícito, obsequioso, vuelve a la sala con una
bandejita y unas galletitas danesas, cosa rica.
–Pues tú me dirás, Marga, en qué puedo ayudarte.
–Te llamas Ricardo, ¿a que sí? Lo sé por mis
sueños. Dime la verdad… bueno da igual, estoy segura. Pero no estoy loca.
Simplemente lo sé. Y tú también sabes cosas de mí. Y yo sé cosas de ti. No me
preguntes cómo, pero lo sé, estoy segura…
Ricardo la mira pausadamente una vez más, y sirve
el café. Claramente, la situación tiene obvias ramificaciones parapsicológicas,
pero lejos de asustarle, le fascinan y le divierten. Y lo que más le encanta es
contemplar a Marga ahí, sentadita en la sala. Quisiera verla ahí más a menudo.
–Sí, Ricardo Mariano, muy a mi pesar, y para
servirte. Mariano es apellido. Mira, Marga. No te voy a engañar. Conozco
tus sueños mejor que tú, tal vez. Me pareces una amante maravillosa, si me
permites que te lo diga. Como no tengo tele y vivo solo, mi diversión
principal es acostarme a tu lado y escucharte. A tu lado es un decir, porque
tenemos esa pared entre nosotros…
–… Ya, la pared…
–… Lo hago desde que llegaste a tu
apartamento. Perdona mi falta de pudor, pero no tengo otro sitio para dormir, y
decírtelo tampoco iba a solucionar las cosas, así que me he ido acostumbrando a
escucharte todas las noches.
–Lo sabía. Y después te duermes y me sueñas, ¿no?
–Pues sí – a Ricardo le encanta que ella haya
dicho “me sueñas” en vez de “sueñas conmigo”.
–Y la pared desaparece.
–Sí, se evapora. ¿En tu sueño también?
–Y te acuestas conmigo, en mi cama.
–Eso no sé. En mi sueño es más como que nuestras
camas se funden. El resultado viene a ser el mismo, vaya.
–Y nos amamos.
–Sí. No me digas que yo grito también…
– ¡No! – Ríe nerviosa ante la complicidad que él
establece con el humor – O sea sí, dentro del sueño sí, menudo eres tú,
hablas y gritas, y me dices cosas… maravillosas… pero nunca me despertaste con
tu voz desde este lado de aquí.
–Déjame decirte que es fantástico amarte cada
noche, Marga. Así dicho suena tonto, pero se puede decir que espero soñarte,
como tú dices, cada noche – Ricardo saborea una galletita danesa como quien
paladea unos labios.
–Sí, Ricardo. A mí me encanta, también – Marga
encuentra los ojos de él, y juntos paran un momentito el tiempo.
Ella sonríe, pero la sonrisa se trunca a medio,
con un rictus negro de preocupación.
–Y ahora ¿qué? – pregunta ella, la tensión
de regreso a su bonito rostro.
–¿Qué de qué? – obviamente la diaria cópula
virtual con la bella Marga no parece suponer un problema moral para Ricardo.
–Joder, Ricardo, ¿qué va a ser?… Que qué
hacemos… Esto es muy raro, hasta da un poco de miedo…
– ¡Ah, eso! A mi modo de ver, es urgente
reconocer que lo que tenemos no es un problema, sino una dádiva. Después de eso
aclarado nos restan claramente dos caminos… El primero…
–Pero bueno, tío, qué tranquilo
estás, ¿no?... Resulta que soñamos juntos las mismas cosas, sabemos cosas
del otro sin habernos conocido, nos estamos acostando juntos cada noche durante
los dos últimos meses y tú…
–… Tres meses y seis días, exactamente… – Ricardo
recita con los ojos cerrados, evocando incontables momentos de pasión.
–… Bueno, eso, tres meses y seis días… Y tú tan
pancho…
–Bueno, mira, quizá me equivoco, y al final hay
otro camino más. Siempre podemos visitar la Asociación de Parapsicólogos
“Jiménez del Oso”, o ir a Tele 5 para que nos hagan un reportaje, o hacer una
buena regresión hipnótica en pareja con un terapeuta junguiano que nos va a
cobrar el sueldo de tres meses. Si te apetece, por mí perfecto.
–Ya… ¿y las otras opciones?
–Una es quedarnos como estamos – Ricardo lo dice
con aire golfo y una sonrisa como de media luna, que ella encuentra de lo más
incitante.
–OK, ¿y la otra?
–La otra pasaría por hacer un agujero en la
pared, y proyectar en el plasma que hemos dado en llamar realidad material u
objetiva aquello que empezó como manifestación fenomenológica de una actividad
psíquica poco frecuente, particularmente si consideramos que es una
manifestación dual, simultánea y deliciosamente desvergonzada de nuestras
psiques… – Ricardo lo suelta todo en una respiración, y cuando acaba boquea por
aire, teatralmente, cual pez pescado. Ella se ríe. Marga también está con la
boca abierta, aunque por otras razones.
–…
–… Esta última opción se desdobla en dos, a
saber: a) cargarnos la pared toda, y hacernos un cuarto grande, o b) abrir una
puerta, o cavidad, que nos permita el acceso biunívoco al otro lado, por
supuesto siempre en situaciones de consensual aquiescencia penetrativa, no sé
si me explico con claridad. Eso preservaría nuestros espacios separados mientras
probamos cómo nos va. ¿Qué te parece, Marga?
– Me parece que hablas tan bien como sueñas, no
sé si me explico con claridad – lo dice tomando prestado el humor de Ricardo,
pero ya sintiéndose sensualísima.
Concentradamente, Marga se va quitando los
zapatos y las medias, con parsimonia exasperante, y parando cada tanto
para mirar a Ricardo, que la contempla dulcemente, extasiado ante tanta
hermosura. Algunos minutos más tarde, ambos retozarán animadamente en el sofá,
convirtiendo juntos, por primera vez, sus sueños en realidad.
Hola Sándalo ya que este lo has escrito en castellano, te he podido leer.
ReplyDeleteY me ha gustado, aunque me figuraba que quizá en la realidad material no les fuera tan bien como en los sueños.
Muy original, te felicito.
Saludos