ORANGE SANDALWOOD

ORANGE SANDALWOOD

3/26/2013

GLORIA EN LAS ALTURAS






El impacto del camión tuvo que ser una cosa seria. Lo digo porque del choque, propiamente, no me acuerdo; apenas recuerdo haber deseado morir, en ese momento fugaz e interminable antes del embate. Si algo no deseaba, era quedarme inválido o comatoso. Morir de golpe, literalmente, fue el último deseo de mi vida. Qué cosas… Nada es nunca como aquello que esperamos.

Parece que mi deseo ha sido atendido. Estoy muerto y remuerto. Tengo que estarlo. Lo sé porque, al recuperar la conciencia de mí, me siento sereno y entero, lo que no sería posible si todavía estuviese vivo. Además, no hay rastro de aquella luna espléndida que iluminaba la carretera. Recuerdo que, poco antes del accidente, pensé que esa luna parecía un queso gigante y radiactivo.

Sí, todo indica que debo estar en el cielo… Qué golpe bajo para mi ateísmo militante…





Una fosforescencia tenue basta para deshacer las tinieblas, pero no me permite todavía captar ningún detalle saliente. Un haz de luz suave que se arracima en mi cara me deslumbra momentáneamente. Habituados mis ojos a ser pasajeros de la oscuridad, la luz me impide ahora la visión. Pero esto es el cielo, y… ¿qué sería un cielo sin luz…?

Así que esto es el edén, vaya. Es un ambiente extraño y desconocido, aunque no se puede decir que sea hostil, de ningún modo. Eso sí, ni una señal de Dios para recibirme. No es que esperase nada concreto, y yo menos que nadie, es cierto, pero siempre le queda a uno esa ilusión de que los ritos de pasaje tengan por lo menos algún aspecto festivo, o espectacular. Qué chasco…

Entonces, desde lo alto, una voz masculina, revestida de un amor sintético, edulcorado y eterno, pronuncia pausadamente:

−ATENCIÓN…VAMOS A COMENZAR…

En varios idiomas, la misma voz. Pronunciación perfecta. Nada mal. No distingo la presencia de altavoces. El efecto es completamente natural, acústicamente envolvente, y siento que la vibración del sonido me arropa dulcemente. Igual es el mismo Dios, vaya usted a saber. Si la supo liar de esa manera en Babel, debe manejarse bien con idiomas, digo yo…

Acostumbrado ya a la luz, comienzo a ver a mis semejantes, deambulando por el mismo espacio amplio, con aire desorientado, interrogante. Por los altavoces, se comienza a escuchar esta frase, repetida a espacios regulares:

−PRIMERO RELLENE EL IMPRESO, DESPUÉS ESPERE EN LA FILA…

La voz es ahora femenina, pero la celestialidad y el poliglotismo son los mismos. No es que le falte cierta dulzura o amabilidad, pero la alocución también tiene algo de frase enlatada que es repetida durante toda la Eternidad. En fin, nada que me moleste o irrite demasiado, de momento…

Sobre una mesa enorme, recubierta de un mantel blanco, se apila una montaña de papeles, así como cestos con bolígrafos plateados, bien bonitos. Suspendido sobre la mesa, una especie de holograma representa una flecha en movimiento descendente, apuntando a los impresos. Sencillo, pero vistoso. En un área adyacente, algunas señales luminosas en el suelo indican los espacios para formar las filas, y una zona de control, semejante a la de un aeropuerto. La intensidad de la iluminación se transforma para revelar gradualmente los espacios.

Todo parece armónicamente temporizado, de forma a no producir un efecto de prisa o adocenamiento. No sé cómo es el infierno, pero estoy bastante impresionado con la organización aquí arriba. Es bien visible un alto standard  y un control de calidad homologadísimo.

Pocas cosas, pero con clase. Buena organización. Sin estridencias. Funcional. Eficaz. Minimalismo. Design. Bolígrafos Waterman. Manteles de insuperable blancura. Me gusta, la verdad. Parece que al final Dios va a ser escandinavo. Por Thor y Odín, como decía el Capitán Trueno…

−PRIMERO RELLENE EL IMPRESO, DESPUÉS ESPERE EN LA FILA…


No siento emociones intensas, pero reparo en que mi percepción de todo lo circundante es inmediata y rica en matices. Observo todo con curiosidad y buen humor. Esto es como cambiar de escuela, aprender las nuevas reglas y rutinas, prever los obstáculos, adaptarse al nuevo paisaje. Me siento optimista, contento por no ser un vegetal entubado en una unidad de cuidados intensivos, o pasto de múltiples y desesperadas cirugías reconstructivas.

Mientras algunos de mis compañeros se apresuran diligentemente a la mesa y empiezan a rellenar el formulario, yo me intereso más por entablar algún contacto con mis camaradas de transición. Uno puede estar muerto, pero conserva ciertos automatismos sociales, y uno de ellos es atender a las indicaciones de mi radar de localización de muchachas insoportablemente bellas. Bip, bip.

−PRIMERO RELLENE EL IMPRESO, DESPUÉS ESPERE EN LA FILA…

Allí está ella, al pie de la mesa, aunque visiblemente tan desinteresada como yo en los formularios. Cuando mi radar la localiza, ella ya estaba mirando en mi dirección, y diría yo que observándome con cierta minucia. Me extasío ante su belleza gloriosa, radiante. Lo digo porque es verdad, aun a riesgo de incurrir en una metáfora manida. Me acerco, y sin sombra de las vergüenzas y apocamientos que tanto limitaron mi vida en la Tierra, le digo:

−Hola. Nunca imaginé que en mi primer día de muerto iría a tener una visión tan estimulante de la gloria eterna como la que me estás ofreciendo ahora mismo. Casi que me entran ganas de cantar el Gloria-Gloria-Aleluya, aquí mismo…

Ella sonríe, un poco a contrapié.
− ¡Andá…! ¿Y tú cómo sabes mi nombre? ¿Es que tengo un neón en la frente? ¿O tienes ciencia infusa? 

− ¿Nombre? ¿Neón? Hum… Colijo que, por una coincidencia astronómicamente improbable, tu nombre es Gloria… Si estoy en lo cierto, jamás la justicia poética tuvo un triunfo tan resonante, ni en el cielo ni en la tierra, permíteme que te lo diga. Me extraña no estar escuchando ya la banda celestial de trompetas, clarines, zanfonas y sacabuches, tocando querubinalmente en gozosa celebración de nuestro encuentro.




La muchacha parece confusa, mientras digiere mis palabras, y la situación. Cuando finalmente comprende todo, estalla en una carcajada que revela toda su esplendorosa belleza.

− REMPLISSEZ LE FORMULAIRE, ET ATTENDEZ DANS LA LIGNE…

−Tonto… Sí, jajá. Me llamo Gloria, encantada.

−Perdona, es que estoy anonadado, son muchas emociones de repente. Me llamo Óscar, y creo que he muerto hoy mismo. ¿Por cierto, tú llevas muerta mucho tiempo?

−Sí. Ya perdí la cuenta, pero mucho muchísimo. A pesar de este porte juvenil, que tanto parece haberte impactado, soy vieja pelleja. Accidente… Como tú, ¿no? Vengo a la sala de entrada para ayudar a los nuevos con los impresos. Es un aburrimiento mortal, puedes creerme. Menos mal que hoy te encontrado a ti. Hacía tiempo que un muerto reciente no me hacía reír así. Están todos como flipados, parece como si no supiesen que se tenían que morir algún día… Mira que los veo día sí día no, y todavía no entiendo esas jetas de sorpresa que traen… Tú pareces diferente… ¡Por fin alguien interesante…! ¡Aleluya!

Me río. Escucho embelesado, sonrío, sin saber bien si debo atender a lo que oigo, o concentrarme en los dientes perfectos de Gloria, en su sonrisa como una dádiva, en su belleza insoportable, en sus piernas descubiertas por un vestido vertiginosamente audaz, o en las esmeraldas de sus ojos. Es la suya una belleza inmanente, diríase eterna, y al mismo tiempo fresca, nueva, espontánea. En el vano intento de absorber el todo de una bocanada, me voy desgranando ordenadamente en las muchas bellezas singulares de mi radiante amiga.
−Mira, Gloria mía, espero que no te moleste mi cara embobada, pero es que debo estar pasando por una especie de epifanía en este mismo momento… Espero también que la baba no me esté cayendo de forma muy ostensible, y si lo hace, que no sea encima de tus preciosos zapatitos…
Gloria vuelve a morirse de risa.

−Jo, Óscar, tranqui, hombre, componte un poco, que ya verás que después esto se te pasa. Son todas las emociones…

−No, pero si es buenísimo, por favor si puede ser, que no se me pase nunca jamás. Lo llamo epifanía más por risa… Otros lo llamarían orgasmo visual, pero esto del cielo me intimida un poco. En el plano moral, sobre todo, ya sabes…

Gloria sonríe, se arregla el pelo, se rasca la orejita. Haga lo que haga, hasta en las cosas más tontas, es irresistiblemente encantadora.

−Venga, cuéntame entonces esa epifanía tuya…

−No sé si consigo… Es que me estoy dando cuenta ahora que allá abajo, precisamente cuando tenía el tiempo contado, lo perdí todo sin decidirme, pendiente de bobadas… Siempre dejando de decir y hacer las cosas importantes, siempre esperando una mejor ocasión… Al final, se me echó un camión encima y ya ves…

−Ya… Pasa mucho, eso… Si yo te contara…

−… Y ahora que tengo toda la eternidad por delante, y lo primero que me pasa es precisamente verte a ti, pues, siento como una urgencia de no perder ni un segundo… Qué tontería… Ahora que podríamos, técnicamente, perder el tiempo, me viene esta premura de decirte que te quiero besar y tocar y amarte, y nadar desnudos, y escribir poemas juntos, y oír música y… quisiera que fuese ya mismo, sin esperar ni un segundo más… ¿Entiendes?

- PLEASE FILL OUT A FORM FIRST, THEN WAIT IN THE LINE…

Gloria se ruboriza, poniendo más colorines en esta blancura azulada del entorno, que ya amenazaba con cansar un poco la vista de Óscar.

−Yo entenderte, te entiendo, y créeme, te lo agradezco. Sólo que siento tener que cortarte tus preciosas palabras para recordarte, Óscar, mi lindo muertito, que tienes que rellenar…

−… el impreso, claro, claro, y hacer fila, lo que tú quieras, lo que me pidas. Menudo soy yo acatando órdenes… el mejor… ya verás…

−Eres graciosísimo. Debes ser el primer muerto que no me acribilla a preguntas, no sabes cuánto te lo agradezco.

Óscar coge un impreso y un bolígrafo, pero su atención está totalmente centrada en Gloria, claro.

−¿Preguntas? ¿Como qué, por ejemplo?

−Pues que qué se hace aquí en el cielo, que si es divertido, que si la moral es muy estricta, que si hay videovigilancia, que si pueden hablar personalmente con el Jefe, que si se puede… bueno, eso, ya me entiendes, imagínate… Hasta hay quien pregunta si es obligatorio ir a misa, para que veas lo que tengo que aguantar…

−Ay, Gloriíta de mi alma redimida, y de mi corazón… la verdad es que entre todo lo que mencionas, sólo hay una cosa que me genera alguna inquietud, ya te puedes imaginar cuál es… No veo la hora de perderme contigo en alguna nube discreta… Pero me basta sumergirme en las lagunas verdosas de tus ojos, o incendiarme en los arreboles de tus mejillas, por así decir, y todas mis inquietudes se vaporizan en el éter cálido de tu aura gloriosa. Como si dijéramos. O dijésemos.

Gloria se ríe, todavía arrebolada y eternamente encantadora.

−DEVI COMPILARE UN MODULO, QUINDI ATTENDERE IN LINEA…

−Tonto… Anda, rellena esa cosa horriblemente aburrida y ponte en la fila. Yo voy a hacer como que ayudo a algún muertito más, responder algunas preguntas idiotas, y te veo después, en el prado.

Lacerantemente me divido entre la necesidad de dar atención al impreso (que odio con toda mi alma) y absorber hasta la última gota de la belleza de la muchacha, que se va despidiendo, caminando levemente para atrás, y lanzándome un beso con la mano. 

Nunca, pienso, existió nadie tan bello sobre la faz de la tierra, ni en el cielo, ni en ninguna dependencia anexa o secreta. La gloria eterna debe haber sido así llamada después de andar por aquí esta muchacha, iluminando el Edén con sus dones.

−A ver… espera… ¿Qué debo poner donde dice RELIGIÓN? Leñe, ya estamos controlando… Poner que soy ateo… ¿me podrá perjudicar? ¿Es verdad que Dios lo sabe todo? ¿Y si miento y me pillan, no será peor? ¿Me prohibirán verte de nuevo, y sempiternamente? ¿Me castrarán químicamente? No, por Dios… Mira, esto que quede entre tú y yo, pero no tengo la más mínima confianza en esta gente… Nunca la he tenido… ¡No quiero ver al Jefe, sólo quiero estar contigo… y si no puedo, que me dejen morirme de verdad ! ¡Dime algo YA o empiezo a blasfemar aquí mismo! ¡Mira que no me falta práctica!

− ¡Shhhhh…! Pon “bautizado”, por si acaso, y cálmate... y no grites... Después de pasar el control, siéntate en el prado, cerca del árbol grande. Pon cara de imbécil. Aunque te cueste un poco, jajá... No hables con nadie, a no ser que alguien de la organización te pregunte algo. Cuanto mejor sea la cara de imbécil, menores serán las posibilidades de que te pregunten algo. No hagas nada para destacarte. No hagas reír a nadie... sobre todo, que no me entere yo que haces reír a ninguna mujer… Te quiero todo para mí. Te vas a enterar tú de lo que vale una eternidad, conmigo.

Gloria se pasa graciosamente las manos por el torso, como en una coreografía seductora, mientras dice esas últimas palabras. ¡Qué mujer, por Dios, por Dios...!

Soy un nido de paradojas. En mi primer día de muerto, me siento vivo como nunca antes. Me quito el reloj, milagrosamente entero, y lo dejo en una de las cestas de bolígrafos. Ya no lo necesitaré, creo. Además, igual sonaría en el control de metales, y no quiero llamar la atención. Yo solamente quiero llamar la atención de mi Gloria divina. La eternidad que espere. 

Pongo mi mejor cara de idiota… Me saco la camisa por fuera del pantalón, para prevenir que algún ángel de seguridad repare en la protuberante alegría que anida bajo mi cintura. Temo que algún ángel vengador pueda desenvainar su vengativa cimitarra con la intención de convertirme de forma expedita en un miembro del Coro de Castrados H.H.H.H. (HUMMING HIGH YOUR HIGHNESS IN HEAVEN: único coro en el orbe en que la característica común a todos los miembros es, precisamente, carecer de miembro). No me hagan caso, es que estoy delirando un poco, ya se me pasa… En fin, es sabido que ángeles envidiosos y resentidos es cosa que no falta en el cielo, seguramente, y nunca está de más prevenir.

−SIÉNTENSE EN EL PRADO Y AGUARDEN INSTRUCCIONES. SI NO SE LES OCURRE NADA, PRUEBEN A ORAR... DIOS ES GENEROSO. DEN GRACIAS POR SU SALVACIÓN, POR EJEMPLO, Y HAGAN POR MERECERLA... 
Pasado el momento siempre delicado del control de fronteras, camino con estudiado paso bovino hasta el Prado de los Soñadores, donde, bajo la acogedora sombra del gigantesco ailanthus, me siento apaciblemente, y aguardo impaciente la llegada de mi amor. Tal vez, si tenemos suerte, viviremos juntos y felices un momento jubiloso y fugaz de esta eternidad gloriosa en la salvación. AménHosannaPax vobiscumGloria in excelsis, sin que Deo nos dé mucho la lata, si no es mucho pedir.


3/25/2013

VERGARA EN SU CELOSÍA






“¿Pero hija mía, qué me dices?”, se lamenta desde el lado obscuro de la celosía la figura abuitrada del padre Vergara. “¿Reproducción asistida, has dicho?”.

“Sí, padre”. Ella qué puede decir, sino la verdad. Además, para eso sirve la confesión, ¿no?

“¿Pero ya lo sabías cuando prestaste tu cuerpo para esa inmunda práctica?”, pregunta todavía incrédulo el padre Vergara.

“¿Si sabía qué, padre?”, temporiza ella, y siente un bochorno sordo, una culpa sordomuda que le sube por las piernas, por el sexo, hasta la garganta, y allí se instala.

“Pues mujer, que era pecado, y de los más hediondos por cierto, ¿qué va a ser?”. Para la mujer, oír al padre pronunciar la palabra "mujer", y en este contexto, es como una vuelta de tuerca más en el potro de sus tormentos.

“Bueno, la verdad es que no lo pensé… O sea, lo pensamos mucho pero no de esa forma, padre”, se disculpa ella con torpeza. “¡Yo quería mucho tener un hijo, padre, y mi marido no conseguía...!”.

“Ya, claro…", interrumpe Vergara, "…y eso justifica todo, ¿no? Y ahora, qué, ¿eh?”

“¿Qué de qué, padre?”, casi lloriquea ella. Siente una bola de metal en el vientre.

“¿Que si te han… que si estás… que si el… tratamiento ha tenido… pues eso… éxito?”, se lía innecesariamente Vergara, por ese hábito tan eclesial de no llamar a las cosas por sus nombres.

“¿Que si estoy embarazada, quiere usted decir, padre?”

“¡Claro, hija!”, clama Vergara, molesto por la embarazosa palabra, que se filtra por la celosía, impregnando de impurezas su confesionario. “¡Además de pecadora, lenta!”, se censura un "leche" más, porque en el confesionario sabe que debe ser objetivo, a pesar de que se lo llevan los mil diablos.

“Pues, sí, padre, estoy embarazada”, dice como un preludio a la fuga del sollozo que se sobreviene.

Otra vez la palabra. En la mente de Vergara se cruzan visiones imaginadas, y por ello vagas, de úteros y fetos milimétricos, amnióticamente bañados. Las retira diligentemente de su cabeza con un manotazo mental. Pero entonces le vienen imágenes de médicos e instrumental quirúrgico hurgando, donadores de semen y…

…¡Basta!

“Reza, hija, reza mucho, y déjame pensar un poco, anda”, dice maquinalmente, sintiéndose al mismo tiempo magnánimo y muy cansado.

La semana pasada, Vergara tuvo una sesión de formación con un sacerdote que su diócesis había enviado a Roma para ser informado de una nueva lista de pecados, digamos los nuevos pecados del siglo XXI. La Iglesia se tiene que modernizar también, pues faltaba más… Sólo que Vergara todavía no ha digerido bien las novedades. El enviado a Roma tampoco se enteró muy bien, parece. Vergara saca de su breviario un memorando, que desdobla en la penumbra de su escondite. Se centra en los dos primeros puntos:

      a)      violaciones bioéticas (como la anticoncepción y la reproducción asistida);
      b)      experimentos moralmente dudosos (como la investigación en células madre).

“Células madre, esa sí que es buena... Esos médicos del diablo les ponen ese nombre para ver si cuela, los muy pillos”, piensa entristecido.

Pobre Vergara… El mundo se le viene encima. ¿Cómo puede él comandar su confesionario por las procelosas aguas del pecado moderno, sin antes recibir la debida instrucción de la autoridad eclesial? Por otro lado, ¿cómo hablar abiertamente con sus compañeros de fe de cosas tan… escabrosas?

Escucha Vergara el bisbiseo rezado de la encinta al otro lado de la celosía, y le invade un torpor irresponsable. Está cansado de navegar. Pero necesita encontrar una solución…

“Hija”, susurra.

“Sí, padre”, se oye la voz velada de la mujer, apenas un soplo de quebrada ansiedad.

“Mira, si no se entera nadie, mejor. Y si alguien alguna vez te pregunta, tú le dices que no sabías que era pecado”.

“Sí padre. Gracias, padre”.

La confesión se desgrana ritualmente con las oraciones y penitencias debidas. Consumado el sacramento, la mujer se levanta y se marcha.

Impune desde su escondite, el padre le mira las piernas a la feligresa, apreciando la cadencia rítmica y musculada de su caminar. Es un cuerpo rotundo y bellísimo, que la mujer parece transportar sin la menor consciencia ni intención. Esa especie de… inocencia la hace todavía más deseable a los ojos del párroco. Se diría que el embarazo, además, le presta una frescura nueva, un renacer de formas. Vergara, que la conoce desde niña en la catequesis, tiene un atisbo de erección.

¿Y qué querían…? Vergara es humano.

“Mi primera penitencia bioética…”, piensa Vergara, satisfecho de la (ab)solución encontrada para esta hermosísima pecadora del siglo XXI. Allí, Vergara en su celosía, en su cálido útero de madera, se palpa con mano culpable la erección, por encima de la sotana, con una mezcla posible de orgullo y repugnancia.





PALABRAS PERDIDAS, o LA SENSACIÓN DE VIVIR





ADVERTENCIA: se comunica al lector que este relato contiene alguna publicidad subliminal. ¿Y qué querían? Esto de escribir es muy bonito, pero las cuentas no se pagan solas.

"Mire, me he encontrado estos vocablos y, no sabiendo qué hacer con ellos, se me ocurrió traerlos", explica Fantita, sintiéndose todavía medio inadecuada e insegura por la iniciativa que ha tomado.

El señor Cocacolo ojea el contenido del sobre, al otro lado de la ventanita, y sonríe satisfecho. "Ha cumplido usted con su deber cívico, señorita. En nombre del departamento que represento y del mío propio, le agradezco su voluntarioso acto".

"Vaya, pues no sabe cómo eso me reconforta", dice Fantita, recomponiéndose. "La verdad, es una suerte que nuestro municipio tenga un departamento dedicado a las palabras perdidas y encontradas".

"Es verdad señorita. ¿Y sabía usted que éste es un esfuerzo pionero en el país, y creo que en toda Europa?", dice Cocacolo, ya en un tono más cocacoloquial.

"Pues no sabía, no, pero no sabe cuánto me alegro. La gente que abandona las palabras debería ser multada", dice Fantita, pensando si no estará siendo demasiado atrevida al revelar sus convicciones a este señor tan simpático.

"Y ahora dígame, señorita, sobre las circunstancias de su hallazgo… ¿acaso encontró todas estas palabras juntas, en el mismo local?", inquiere Cocacolo, con una chispa de la vida en sus ojos.

"Mire, no, a ver. [Palafustán] y [espundias] las encontré en mi calle. [Chupitel] me cayó de un balcón, que casi me daba en la cabeza, y..."

"¿[Chupitel] ha dicho usted?", interrumpe Cocacolo, súbitamente excitado."¿Por casualidad no sabrá lo que significa?"

"Claro, pero ¿por quién me toma?", dice Fantita, orgullosa y satisfecha como nunca por saber. "¿Se piensa usted que yo traería aquí palabras sin antes enterarme? Verá… [Chupitel] es algo así como un témpano, una especie de estalactita, si me entiende".

"Témpano, sí... ¡ah, qué fresquito, y con este calor que hace...!”, dice Cocacolo, y apunta diligente el significado en un post-it. “De verdad le digo, da gusto tratar con gente así ilustrada como usted, señorita", sonríe chispeante Cocacolo. "Si usted supiese lo que nos viene por aquí...".

"¿… Y [espundias]? ¿No quiere saber?", interrumpe a su vez Fantita con una sonrisa desafiante.

"Nada me gustaría más... Sabe usted… mi sed de saber nunca acaba", se apronta Cocacolo. 

Y ambos son conscientes que esto ya no es una mera conversación entre una filoléxica ciudadana anónima más y un servidor público. La complicidad entre ambos es como una espuma que asciende, fresca y burbujeante.

"Pues vea, [espundias] son como copos de nieve. Quién lo diría, ¿verdad?", Fanta contonea sus semánticas olvidadas delante de los chispeantes ojos de Cocacolo, seductora como si mostrase un hombro desnudo con estudiada distracción.

"Es maravillosa", declara Cocacolo. Y añade, azorado: "... la palabra, digo… por supuesto…". Ambos rostros se colorean. Ríen.

"Esto, en mi opinión, nos puede llevar horas, y se le está formando ya una fila considerable", dice Fantita, cucándole un ojo a Cocacolo. "Mire que tengo [acigüembre] y [albérchigo], y [eraje], y..."

"¿Qué me dice? ¿De verdad? Son muchas, es verdad. Creo que la riqueza de sus hallazgos justifica que cerremos el servicio al público por hoy, y continuemos a discutir en un lugar más adecuado. Esa de [eraje] me dejó muy curioso...", dice Cocacolo, y sus palabras ascienden como el gas, con un ruidito que cosquillea en la pituitaria de Fantita.

"Ah, [eraje], sí, es preciosa. Designa la miel virgen...".

"¿Miel virgen, dice? ¡Extraordinario!"

Cocacolo ya no necesita más. Cuelga el cartel de "SERVICIO CERRADO" en la ventanita, y se apresura a abrir la puerta de su gabinete a Fantita, para allí continuar juntos sus indagaciones, al abrigo de la impaciencia de la plebe. La gente que esperaba protesta, pero para ellos dos, es una pausa que refresca, y ambos sienten intensamente el placer de vivir. Y mucha, mucha sed.

(Si usted, amable lector, también la siente, por favor diríjase a nuestro bar).







3/23/2013

POETA DI GAMBA






Una palabra, otra… ¡otra más…! 
"¡Que bárbaro! ¿Cuántas puede mantener este tipo en el aire sin que se le espachurren en el suelo?", piensa para sí la chica de las medias rojas.
El poeta/juglar continúa, como si nada. Parece que hubiese oído la pregunta, responde con una sonrisa y una voz bien templada, sin parar de malabarizar sus palabras: "Sí, mira, te digo… Nueve, exactamente. Bueno, una vez lo conseguí con diez, pero se me cayeron dos, y se mataron las pobres. Después de eso, pasé por una fase minimalista".

"¡No me digas! Entonces, además de crear versos efímeros en el viento, ¿consigues escuchar mis pensamientos?", pregunta, también telepáticamente, la muchacha.

"En realidad, no son dos cosas diferentes. Los versos no los hago yo en realidad, yo apenas escucho el viento y transcribo lo que voy oyendo", dice el versificador. "Del mismo modo, el viento me trae los pensamientos de muchachas como tú. Yo me limito a escuchar, y respondo, si bien limito mi acción a las chicas que me gustan muchísimo, como es el caso que nos ocupa…".

"¡Pero se te ve tan concentrado! ¿Cómo puedes saber si te gusto muchísimo, si ni siquiera me has mirado?", piensa la chica de esbeltas piernas, contenta por no tener que hablar para ser escuchada. Ojalá el tontaina de su novio fuese así también.

"Eso es lo que tú piensas. En realidad, cuanto más concentrado estoy en mis malabarismos, mejor te veo. Es curioso. Mira, te lo crees o no te lo crees. Yo no te lo sé explicar mejor, ¿vale?". Sus palabras parecerían ceñudas, pero la manera como las dice es cariñosa.

"Vale, poeta, vale, te creo. Estoy encantada contigo, si te digo la verdad. Anda, ahora dispárame un verso así, sin pensar". La muchacha lanza su desafío silente como quien lanza un dardo de amor. 

Entonces el trovador se retrogalvaniza un instante y envía sus palabras al viento:
QUIERO BIFURCAR COMO EL CAMINO, 
ASCENDER POR TUS PIERNAS ROJAS 
Y AMARTE

Y allí las mantiene con destreza (y con izquierdeza), el tiempo suficiente para que la muchacha las pueda leer.

La muchacha absorbe las palabras, hipnomesmerizada, rubosonrojada, turbocoloreada, arreboazorada, digamos que ya enamorada. El poeta atrapa las palabras en vuelo, una a una, con elegancia y soltura, y las guarda en una cajita, que ofrece a la muchacha de las medias rojas.

"Fueron doce, si no conté mal, juglar mío", dice la muchacha, más bella que nunca. 

"Es verdad, doce", dice él con pupilas dilatadas, visiblemente satisfecho. "También es justo reconocer que nunca había visto de reojo unas piernas tan bonitas como las tuyas, qué quieres que te diga".


Se toman del brazo y caminan calle abajo, y él mira complacido como la muchacha cobija tiernamente la cajita en su pecho. Sonríen. Ni saben dónde van. Nada saben uno del otro, más allá de lo que verdaderamente les importa.




3/22/2013

EL INDIO SILENTE






Un encuentro improbable, donde los haya. La luz del trópico se filtra con dificultad entre la densa vegetación.  La muchacha se traslada con lentitud, su paso dificultado por el peso de la mochila, el terreno, el calor y la penetrante humedad. El hombre, joven y bien construido como una estatua de ébano, parece haberse fundido con el paisaje, es uno con el calor y con la tierra.

La joven es intrépida, atractiva y graciosamente insolente. Su camiseta sudada revela formas que no dejarían indiferente ni al más ascético de los monjes mendicantes. La chica ya ha visto demasiadas cosas en su viaje para asustarse con nada. Y además, hoy en día no es fácil ver hombres así de bellos, de modo que decide no perder su ocasión.
     
  -¡Anda! ¿Y tú de dónde sales, preciosidad?

El hombre, poco acostumbrado a hablar, piensa, y eso es suficiente. Es un Awá-Guajá, un hombre del camino, y posee un aura que le distingue. Sus maestros le dejaron sabidurías muy especiales.

Por nacer en cuarto creciente, soy bailarín de la luna. Mi primer lecho fue junto al agua, bañado de estrellas, tocado de pleamar.
         
-Qué bonito eso que dices... o sea… eso que piensas… Te oigo… Eso de la pleamar lo has “dicho” tú, ¿no? ¡Qué gracioso… eres un indio telepático, y además estás para comerte!

Sí, fui yo quien te habló. Ahora soy guardián del saber y guerrero sin mácula.
        
-¿Guerrero? ¿Haces la guerra?

Sí, pero mi guerra no es de matar. Lucho contra aquello que no deja a mi pueblo ser aquello que quiere ser. Contra lo que nos impide crecer.
        
  -Pues lo debes estar haciendo muy bien, porque vaya mocetón que estás hecho… ¿Y eso de guardián del saber?

Guardo lo que me enseñaron mis maestros y lo uso cuando necesito guía. Camino alunado por la tierra; de niño la luna inflamó mis venas. En ellas me hierve desde entonces la alegría de crear. Nunca regreso a ninguna parte, porque no tengo casa. Camino atrás del sol, y cuando el sol desaparece, descanso.
       
  −Qué bonito... Me gusta todo lo que dices, guerrero. De repente, me apetece dejarlo todo, quedarme aquí y escucharte durante el resto de mi vida… Hablas requetebién, para alguien que se pasa la vida por estos parajes… ¡O a lo mejor es por eso mismo…! Pero ahora que lo pienso, si no regresas nunca a ninguna parte, siempre estás regresando a todas, ¿no?

No sé. Hablas de forma extraña. Quise decir que mi casa es siempre el lugar donde voy a llegar, y no aquel desde donde partí. Sólo pienso donde haré mi lecho en esa hora en que el crepúsculo se mezcla con la negrura de la noche.
         
 −Me gusta escucharte, chico. Mucho. La verdad, me tienes fascinadísima, para qué engañarte…  Y dime otra cosa… ¿qué haces durante todo el día?

Soy comediante, contador de historias sin tiempo, y oteador de caminos.
        
  −Caminos… Acompáñame, entonces, vamos  a pasear. Cuéntame una de esas historias sin tiempo, ¿vale?

Obedezco a la luna, y sólo a ella. Ven a ver, si quieres, mi danza sagrada en un claro del bosque. No me puedo alejar de la senda del sol.
     
  −Está bien, guerrero. Te acompañaré por la senda del sol, y cuando llegue la noche, contemplaré tu danza en el claro del bosque. Y si me conozco bien, es bastante posible que dance contigo, y que en el final te pida que me des tu amor…

Pero antes te contaré una historia. Los guerreros sin mácula nunca ofrecen su amor sin regalar antes una historia sin tiempo. Tendrás que mirar fijamente al fuego, y prenderte a mis palabras.
       
−Estás lleno de reglas, guerrero sin mácula. Además, prendida a tus palabras ya estoy… ¿Por qué no te relajas un poco, hombre?

Acompáñame. Ya no falta mucho para el poner del sol. Entonces descansaremos. Comeremos. Danzaré, y te contaré mi historia, bajo la luna.
     
  −Lo que tú quieras, guapísimo. Alunado te vas a quedar con el revolcón que nos vamos a dar. Y mientras dura esta amistad nuestra, bien podías enseñarme también cómo haces eso de hablar sin hablar. Me encanta…






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