Isótopo XIII mira alelado las pantallas
gigantes sin entender verdaderamente, pero ya temiéndose algo malo,
muy malo. Hoy está que se lo llevan los demonios, y con razón. “Pero ¿por qué nadie me
avisó antes de esta debacle, mastuerzos?” No grita, apenas reza la frase entre
dientes, para sus adentros, sintiendo ya una acidez que le
asciende, enardeciendo sus entrañas y llevando a su pontificia
garganta un sabor como a perro muerto.
La acción se desarrolla en la sala DOMUS
MULTIMEDIAE del Departamento de Estadística y Proyecciones
Estratégicas del Vaticano, un espacio magnífico. Parecido, para entendernos, al
centro de operaciones de la NASA, como esos ultramodernos que se ven en las
películas.
Varios supercomputers procesan
datos a velocidades vertiginosas. Cuatro pantallas gigantes regurgitan
dinámicamente gráficos de colorines, con estadísticas proyectadas sobre
mapamundis y ondeantes animaciones de banderas nacionales en 3D. Un bonito
espectáculo, en suma, digno de la mejor superproducción. El Vaticano no repara
en gastos cuando se trata de asuntos de fe.
Un quinteto de cardenales se mantiene
muy compacto detrás, a distancia prudencial del Pontífice. Isótopo tiene fama
de iracundo. Cuando se lía, nadie cercano escapa. Los cardenales ya le conocen
alterado de otras ocasiones, y no desean mayor proximidad que aquella que
consideran estrictamente necesaria.
Al lado del Santo Padre se sienta, sin
atreverse a apoyar verdaderamente sus posaderas, el responsable máximo del
equipo de Estadística y Proyecciones Estratégicas, Aaron Philipp, un americano
de Salt Lake City, Utah. Es la primera vez que Aaron trata directamente con el
Papa, así que se le ve bastante nerviosillo, y con razón.
Aaron es un auténtico crack en
estadística y análisis de datos. Ya trabajó en Mormonia, USA, pero al final
acabó por rendirse a la suculenta oferta que recibió del Vaticano. Lo que no le
granjeó, dígase de paso, grandes simpatías en Mormonia.
El rubicundo analista, que nada tiene de
tonto, sabe analizar también el semblante del Patriarca de la Iglesia, y
barrunta tormenta… De las gordas. Por eso se apresta a ofrecer una explicación
preliminar, para ver si la cosa amaina. “Verá, Eminencia… era difícil prever
esto, dada la procedencia tan diversa de todos estos datos…”, dice Aaron,
nerviosito. “Madre mía, esto va a tener proporciones bíblicas. Mejor que me
llamase Noé…”, piensa Aaron, “… porque la que me va a caer encima va a ser el
Diluvio Universal II en 3D Dolby Sensurround”.
El Vicario de Cristo mira las pantallas,
como en éxtasis. Parece que se le quisieran desorbitar los ojillos, y su
mandíbula aprieta con la fuerza de un cocodrilo. Pero reconquista una cierta
calma, y le pide a Aaron en un inglés bastante dejado de la mano de Dios:
“Vamos a ver, explíqueme usted todo esto como si yo fuese tonto, Aaron dijo
usted que se llama, ¿no?”
“Sí, Eminencia, Aaron Philipp,
Eminencia. Verá, Eminencia, en realidad son todavía datos provisionales… será
necesario todavía un vasto esfuerzo de interpretación para llegar a poseer una
medida exacta de la gravedad de…”
El Siervo de los Siervos de Dios, que
así también es conocido, muy a su pesar, Isótopo XIII, da un manotazo
impaciente en sus blandos muslos, a falta de una superficie más apta para
liberar su tensión. El gesto fulminante basta para interrumpir el discursillo
contemporizador de Aaron.
(Dicho sea en descargo del Sumo
Pontífice, nuestro Isótopo ya se está hartando bastante de tanta formalidad y
distancia, y sobre todo de que siempre le intenten dorar la píldora; a veces,
preferiría que no le tuviesen tanto miedo).
“¡Déjese ya de eminencias, hombre, pero
si aquí la única eminencia parece que es usted, y no precisamente en Teología!
Bastante tengo yo con tener que atender por Isótopo XIII, que más parece el nombre
de una misión espacial de la NASA. Llámeme Cavaradossi, hombre, que es mi
nombre de verdad, y sobre todo hábleme claro de una vez. ¿Hasta qué punto lo
que estamos viendo aquí es para ser tomado en serio? ¿No será esto una
operación de los enemigos de la Fe para desgastar nuestra Misión en la Tierra?
Mire que de estadísticas trucadas sabemos nosotros más que nadie…”
“Bueno, los datos se pueden resumir así,
señor…”, Aaron duda sobre si debe aceptar la oferta de tratamiento campechano
que el Sucesor de Pedro le brinda, y claro, se queda a medio camino en el
título: ni chicha ni limoná. “… nos parece que una parte considerable de la
población católica mundial puede estar perdiendo la fe, señor…”.
“¡Vaya, no me diga…! Y dígame, esas
banderitas de ahí ¿qué son?”, pregunta el Timonel de la Iglesia, con tono
escéptico. Sí, el guía de los creyentes también hace gala de un sano
escepticismo de vez en cuando. Sin un poco de escepticismo, aquí no aguanta ni
el Supremo Hacedor.
“… Los datos recogidos de los censos de
los últimos cien años muestran un declive acelerado de la fe en
formas organizadas de religión”. Los países en los que ese proceso es más
visible son Austria, Canadá, Finlandia, Holanda, Suiza, República Checa, Nueva
Zelanda, Australia…”
“¡Pare, por Dios!”, grita Isótopo, y en
la preclara mente del Obispo de Roma saltan irreverentemente varios canguros,
totalmente desnudos y rabiosamente ateos. Isótopo XIII es amigo de la verdad,
pero necesita, como cualquier persona, de algún tiempo para digerirla. Qué bien
que la interrupción vino justo a tiempo: Aaron iba a continuar la lista de
países con la verde Irlanda, ese venerable baluarte del Catolicismo europeo,
pedofilias aparte. ¡Imaginen el disgusto, una Irlanda en bancarrota de fe,
también!
“Mala cosa, parece… Pero estos datos
¿son verdaderamente fiables, Aaron?”, vuelve a esforzarse para reconquistar una
cierta neutralidad digna del Primado de Roma.
“Bueno, señor, la verdad es que sí,
señor. Como decía, estas proyecciones son el resultado del cruce de datos
de los censos de los últimos cien años, en varios países, señor”, dice Aaron,
ya ganando confianza en cuanto la conversación va entrando en su dominio.
"Vea bien su Santidad que por ejemplo en la República Checa, más del 60%
de la población dice no profesar ningún tipo de religión, y en Suiza la cosa no
parece más halagüe..."
“¿...Cien años? ¡Qué barbaridad!”,
chascarrillea el Sumo Pontífice, cucándole histriónicamente el ojo a Aaron, y
haciéndole con el codo un gesto de compinche. “Otra cosa no tendrán, pero
ustedes los mormones pueden darnos algunas lecciones en materia de archivo y
tratamiento de datos, ¡qué fieras!”, se admira el Sumo Pontífice de la Iglesia
Católica Universal. Y se queda pensando si no debería imponer una
disciplina doctrinal más severa en sus guardias suizos. No existe remedio mejor
para los desvíos de las masas que la proliferación de buenos ejemplos.
Aaron parece animado por el entusiasmo
aparente de su santo interlocutor, y continúa: “Los cálculos son muy complejos,
Eminencia, señor. Los datos han sido tratados utilizando un modelo matemático
de dinámica no linear, de mi autoría, que nos permite…”
“Ya veo, ya veo”, corta Su Santidad, con
la misma mano de bendecir a las masas enardecidas. “¿Y cómo le parece que esto
puede continuar, Aaron? ¿Adónde nos lleva todo esto?"
“Bien, señor… o sea, mal, señor. Las
proyecciones muestran una aceleración uniforme del volumen de respuestas de los
ciudadanos refiriendo no tener ninguna inclinación religiosa, señor. Si
proyectamos las tendencias reveladas en estos países sobre la población mundial
total, señor, siguiendo mi modelo, e incluso asumiendo una variable aleatoria
baja y un amplio margen de error, señor, nos aparece un panorama bastante…”
“¡Cavaradossi, leñe! ¡Que me llames
Cavaradossi, te he dicho!”, tutea de repente el hombre vestido de blanco. El
pobre Isótopo está cansadísimo, y lo que quisiera es ya no tener que saber más.
Desearía ahora no ser el pastor de tan inestable rebaño. Se esfuerza en
reprimir un géiser de venenosa acidez que le asciende por su venerable
esófago, incendiando de azufres todo su ser.
“Sí, señor Cavaradossi”. Aaron recuerda
el pretérito prepontificial de Cavaradossi. Y es que el hombre que tiene
enfrente no tuvo que esperar a la fumata blanca para conocer la
celebridad mundial. Durante su pasado cardenalicio, Cavaradossi ejerció como
oficiante de elección en la misa dominical a la que asistía religiosamente
Berlusconi. También le cupo el privilegio de actuar en calidad de confesor
personal de Il Cavaliere.
Abismado ante este recuerdo, Aaron especula para sí mismo sobre los meandros
del poder. Y es que, ciertamente, lo que no haya oído (y callado) Isótopo XIII,
no lo ha oído nadie.
En los terminales, u hormigueando de un
sitio para otro, los miembros del equipo, en su mayoría norteamericanos e
hindúes, se afanan en variadas funciones, reales o fingidas. Se les ve tensos,
preocupados, mirando los datos, como el personal de tierra de una misión
espacial de esas en que los astronautas acaban convertidos en papilla, después
de pasarlo cinematográficamente muy mal porque una chispa estropició una
manguncia de la falorcia del módulo escaforcial del compartimento de
combustible, o algo similarmente catastrófico.
Las pantallas y terminales continúan su
chisporroteo. El quinteto de cardenales colorea de púrpura los bastidores de la
escena, sin osar cruzarse en la conversación entre el Guía Espiritual de
Occidente, el analista mormón y el gorgoteo electrónico de las pantallas.
“Estas máquinas de mierda también deben
ser ateas… Si no estamos dejados de la mano de Dios, que venga Él mismo y lo
vea…”, piensa
Isótopo, recostándose en su silla, y sintiendo una tristeza que le atraviesa
sebastiánicamente el alma como una lluvia de dardos sarracenos.
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