El señor mira golosamente
las flores, si bien con alguna melancolía, también.
"Si me permite que le diga, caballero", le dice la florista, "lo que usted necesita no son flores".
"Eso se lo dirá usted a todos, con tal de no
vender", dice el señor, "pero yo quiero, por no decir que vehementemente
necesito, dos gardenias".
"¡Bah, nunca oí nada tan estúpido! Mire, ya
vi miles de hombres con esa misma mirada borrega, fija en esas flores
edulcoradas y tontas. Lo último que usted necesita en el mundo son gardenias,
créame", retruca la
florista, arreglándose el pelo de forma distraídamente sensual.
El hombre secretamente se
delicia en los cabellos de la florista, en la imagen de su cuello desnudo, momentáneamente
ofrecido a su mirada. "Mire que no
sé dónde nos va a llevar esta conversación, aunque empiezo a creer que hay algo
de verdad en eso que me dice usted… Prosiga, se lo ruego", dice el hombre,
lustrándose con disimulo el zapato en su pantalón.
"Si quiere mi opinión, yo probaría antes con
un poema. A su pareja le gustará la poesía, digo yo…", dice Marguerite, entrecerrando sus ojos y
dibujando elegantemente con sus dedos una figura incierta en el aire.
"Nada de nada…. ¿Se cree que no he probado
ya?", contesta el señor
con aire fingidamente abatido.
"Uf, mal asunto... Esto puede parecer muy bonito
ahora, pero ¿ya se imaginó compartiendo toda su existencia con alguien que
menosprecia la poesía?", dice Margot, con una sonrisa teatral. Todo el espacio del Jardín del Edén es ahora un vergel donde
las palabras y los gestos juegan el viejo ritual de la seducción.
"Sí, es horrible, ahora que lo dice, una
vida sin metáforas... La mera idea me deja con escalofríos", y al decir la palabra
"escalofríos", el hombre imposta su mirada hacia ella de forma
veladamente sensual.
"Mire, no es por entrometerme, pero cierro
la tienda a las 19 horas. Si quiere, le puedo invitar a una vida sensacional, junto
a mí", dice Marga, autorrociándose
voluptuosamente con el frasquito pulverizador que usa para refrescar sus ramos
sedientos.
Ambos ríen, entre azorados y
vertiginosos. Ella aprovecha el momento para rociarle también a él un poquito,
como si fuese una brevísima lluvia fina, digamos una primera caricia.
"¿Y qué hora es, ahora, si no le importa que
le pregunte?" interroga el señor,
como ponderando la propuesta de la fragante muchacha.
"¿Qué más da la hora, hombre?... Mire, si me
dice que sí, cierro ya mismo... Total, si faltan 10 minutos... Mire, en
cualquier caso, olvídese de esas flores… Que no se las vendo, ea…", dice Margie, con una sonrisa de quien se sabe
vencedora.
"Usted es, sin duda, la florista más bonita
que nunca me vendió gardenias, literalmente", dice el hombre. "¿Puedo preguntarle su nombre, señorita?"
"Margarita. Gardenias, no le vendía ni
aunque fuese usted el mismísimo Antonio Machín… Eso sí, espero que me acepte
usted otro tipo de ofrendas…", responde ella, colgando el cartel de CERRADO, y
acto seguido besándole con bastante urgencia.
¡Qué bueno eres!.
ReplyDelete(También un poco malo, que te envié un correo y no has respondido, ea...)
Otra vez he disfrutado con tu picaresca narrativa.
Muack