Una palabra, otra…
¡otra más…!
"¡Que bárbaro! ¿Cuántas puede mantener este
tipo en el aire sin que se le espachurren en el suelo?", piensa para sí la chica de las medias
rojas.
El poeta/juglar continúa, como si nada. Parece
que hubiese oído la pregunta, responde con una sonrisa y una voz bien templada,
sin parar de malabarizar
sus palabras: "Sí, mira, te
digo… Nueve, exactamente. Bueno, una vez lo conseguí con diez, pero se me cayeron
dos, y se mataron las pobres. Después de eso, pasé por una fase
minimalista".
"¡No me digas!
Entonces, además de crear versos efímeros en el viento, ¿consigues escuchar mis
pensamientos?", pregunta, también
telepáticamente, la muchacha.
"En realidad,
no son dos cosas diferentes. Los versos no los hago yo en realidad, yo apenas
escucho el viento y transcribo lo que voy oyendo", dice el versificador. "Del mismo modo, el viento me trae los pensamientos de
muchachas como tú. Yo me limito a escuchar, y respondo, si bien limito mi
acción a las chicas que me gustan muchísimo, como es el caso que nos
ocupa…".
"¡Pero se te ve
tan concentrado! ¿Cómo puedes saber si te gusto muchísimo, si ni siquiera me
has mirado?", piensa la chica de
esbeltas piernas, contenta por no tener que hablar para ser escuchada. Ojalá el
tontaina de su novio fuese así también.
"Eso es lo que
tú piensas. En realidad, cuanto más concentrado estoy en mis malabarismos,
mejor te veo. Es curioso. Mira, te lo crees o no te lo crees. Yo no te lo
sé explicar mejor, ¿vale?". Sus palabras parecerían ceñudas, pero la manera
como las dice es cariñosa.
"Vale, poeta,
vale, te creo. Estoy encantada contigo, si te digo la verdad. Anda, ahora
dispárame un verso así, sin pensar". La muchacha lanza su desafío silente como quien
lanza un dardo de amor.
Entonces el trovador se retrogalvaniza un instante y envía sus palabras
al viento:
QUIERO BIFURCAR COMO EL CAMINO,
ASCENDER POR TUS PIERNAS ROJAS
Y AMARTE
Y allí las mantiene con destreza (y con
izquierdeza), el tiempo suficiente para que la muchacha las pueda leer.
La muchacha absorbe las palabras,
hipnomesmerizada, rubosonrojada, turbocoloreada, arreboazorada, digamos que ya
enamorada. El poeta atrapa las palabras en vuelo, una a una, con elegancia y
soltura, y las guarda en una cajita, que ofrece a la muchacha de las medias
rojas.
"Fueron doce,
si no conté mal, juglar mío", dice la muchacha, más bella que nunca.
"Es verdad,
doce", dice él con
pupilas dilatadas, visiblemente satisfecho. "También
es justo reconocer que nunca había visto de reojo unas piernas tan bonitas
como las tuyas, qué quieres que te diga".
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