ORANGE SANDALWOOD

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3/23/2013

POETA DI GAMBA






Una palabra, otra… ¡otra más…! 
"¡Que bárbaro! ¿Cuántas puede mantener este tipo en el aire sin que se le espachurren en el suelo?", piensa para sí la chica de las medias rojas.
El poeta/juglar continúa, como si nada. Parece que hubiese oído la pregunta, responde con una sonrisa y una voz bien templada, sin parar de malabarizar sus palabras: "Sí, mira, te digo… Nueve, exactamente. Bueno, una vez lo conseguí con diez, pero se me cayeron dos, y se mataron las pobres. Después de eso, pasé por una fase minimalista".

"¡No me digas! Entonces, además de crear versos efímeros en el viento, ¿consigues escuchar mis pensamientos?", pregunta, también telepáticamente, la muchacha.

"En realidad, no son dos cosas diferentes. Los versos no los hago yo en realidad, yo apenas escucho el viento y transcribo lo que voy oyendo", dice el versificador. "Del mismo modo, el viento me trae los pensamientos de muchachas como tú. Yo me limito a escuchar, y respondo, si bien limito mi acción a las chicas que me gustan muchísimo, como es el caso que nos ocupa…".

"¡Pero se te ve tan concentrado! ¿Cómo puedes saber si te gusto muchísimo, si ni siquiera me has mirado?", piensa la chica de esbeltas piernas, contenta por no tener que hablar para ser escuchada. Ojalá el tontaina de su novio fuese así también.

"Eso es lo que tú piensas. En realidad, cuanto más concentrado estoy en mis malabarismos, mejor te veo. Es curioso. Mira, te lo crees o no te lo crees. Yo no te lo sé explicar mejor, ¿vale?". Sus palabras parecerían ceñudas, pero la manera como las dice es cariñosa.

"Vale, poeta, vale, te creo. Estoy encantada contigo, si te digo la verdad. Anda, ahora dispárame un verso así, sin pensar". La muchacha lanza su desafío silente como quien lanza un dardo de amor. 

Entonces el trovador se retrogalvaniza un instante y envía sus palabras al viento:
QUIERO BIFURCAR COMO EL CAMINO, 
ASCENDER POR TUS PIERNAS ROJAS 
Y AMARTE

Y allí las mantiene con destreza (y con izquierdeza), el tiempo suficiente para que la muchacha las pueda leer.

La muchacha absorbe las palabras, hipnomesmerizada, rubosonrojada, turbocoloreada, arreboazorada, digamos que ya enamorada. El poeta atrapa las palabras en vuelo, una a una, con elegancia y soltura, y las guarda en una cajita, que ofrece a la muchacha de las medias rojas.

"Fueron doce, si no conté mal, juglar mío", dice la muchacha, más bella que nunca. 

"Es verdad, doce", dice él con pupilas dilatadas, visiblemente satisfecho. "También es justo reconocer que nunca había visto de reojo unas piernas tan bonitas como las tuyas, qué quieres que te diga".


Se toman del brazo y caminan calle abajo, y él mira complacido como la muchacha cobija tiernamente la cajita en su pecho. Sonríen. Ni saben dónde van. Nada saben uno del otro, más allá de lo que verdaderamente les importa.




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