Un encuentro improbable, donde los haya. La luz
del trópico se filtra con dificultad entre la densa vegetación. La muchacha
se traslada con lentitud, su paso dificultado por el peso de la mochila, el
terreno, el calor y la penetrante humedad. El hombre, joven y bien construido
como una estatua de ébano, parece haberse fundido con el paisaje, es uno
con el calor y con la tierra.
La joven es intrépida, atractiva y graciosamente
insolente. Su camiseta sudada revela formas que no dejarían indiferente ni al
más ascético de los monjes mendicantes. La chica ya ha visto demasiadas cosas
en su viaje para asustarse con nada. Y además, hoy en día no es fácil ver
hombres así de bellos, de modo que decide no perder su ocasión.
-¡Anda! ¿Y tú de dónde sales,
preciosidad?
El hombre, poco acostumbrado a hablar, piensa, y
eso es suficiente. Es un Awá-Guajá, un
hombre del camino, y posee un aura que le distingue. Sus maestros le dejaron
sabidurías muy especiales.
Por nacer en cuarto creciente, soy bailarín de la
luna. Mi primer lecho fue junto al agua, bañado de estrellas, tocado de
pleamar.
-Qué bonito eso que dices... o sea… eso que
piensas… Te oigo… Eso de la pleamar lo has “dicho” tú, ¿no? ¡Qué
gracioso… eres un indio telepático, y además estás para comerte!
Sí, fui yo quien te habló. Ahora soy guardián del
saber y guerrero sin mácula.
-¿Guerrero? ¿Haces la guerra?
Sí, pero mi guerra no es de matar. Lucho contra
aquello que no deja a mi pueblo ser aquello que quiere ser. Contra lo que nos
impide crecer.
-Pues
lo debes estar haciendo muy bien, porque vaya mocetón que estás hecho… ¿Y eso
de guardián del saber?
Guardo lo que me enseñaron mis maestros y lo uso
cuando necesito guía. Camino alunado por la tierra; de niño la luna inflamó mis
venas. En ellas me hierve desde entonces la alegría de crear. Nunca regreso a
ninguna parte, porque no tengo casa. Camino atrás del sol, y cuando el sol
desaparece, descanso.
−Qué
bonito... Me gusta todo lo que dices, guerrero. De repente, me apetece dejarlo
todo, quedarme aquí y escucharte durante el resto de mi vida… Hablas requetebién,
para alguien que se pasa la vida por estos parajes… ¡O a lo mejor es por eso
mismo…! Pero ahora que lo pienso, si no regresas nunca a ninguna parte, siempre
estás regresando a todas, ¿no?
No sé. Hablas de forma extraña. Quise decir que
mi casa es siempre el lugar donde voy a llegar, y no aquel desde donde partí.
Sólo pienso donde haré mi lecho en esa hora en que el crepúsculo se mezcla con
la negrura de la noche.
−Me gusta escucharte, chico. Mucho. La verdad, me
tienes fascinadísima, para qué engañarte… Y dime otra cosa… ¿qué haces
durante todo el día?
Soy comediante, contador de historias sin tiempo,
y oteador de caminos.
−Caminos…
Acompáñame, entonces, vamos a pasear. Cuéntame una de esas historias
sin tiempo, ¿vale?
Obedezco a la luna, y sólo a ella. Ven a ver, si
quieres, mi danza sagrada en un claro del bosque. No me puedo alejar de la
senda del sol.
−Está
bien, guerrero. Te acompañaré por la senda del sol, y cuando llegue la noche,
contemplaré tu danza en el claro del bosque. Y si me conozco bien, es bastante
posible que dance contigo, y que en el final te pida que me des tu amor…
Pero antes te contaré una historia. Los guerreros
sin mácula nunca ofrecen su amor sin regalar antes una historia sin tiempo.
Tendrás que mirar fijamente al fuego, y prenderte a mis palabras.
−Estás lleno de reglas, guerrero sin mácula.
Además, prendida a tus palabras ya estoy… ¿Por qué no te relajas un poco,
hombre?
Acompáñame. Ya no falta mucho para el poner del
sol. Entonces descansaremos. Comeremos. Danzaré, y te contaré mi historia, bajo
la luna.
−Lo
que tú quieras, guapísimo. Alunado te vas a quedar con el revolcón que nos
vamos a dar. Y mientras dura esta amistad nuestra, bien podías enseñarme
también cómo haces eso de hablar sin hablar. Me encanta…
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